¿Será Cataluña un nuevo Estado?
El próximo domingo 1° de octubre los catalanes votarán cómo y con quién quieren vivir. Eso, si los deja España, que se está pareciendo más a una novia despechada que no se resigna a que un amor se terminó, o que nunca existió. O a un ex marido que se cree dueño de la mujer y por eso la golpea o llega hasta el femicidio.
España está haciendo eso con Cataluña, en vez de seducirla, de reconquistarla, la maltrata de todos los modos posibles. Esta semana la Guardia Civil allanó cientos de escuelas, oficinas públicas y periódicos. Secuestró boletas, panfletos, carteles y todo lo que tenga que ver con el referéndum. Mandó a la cárcel a 14 altos funcionarios del gobierno autónomo catalán. Y lo último, fue intervenir a la policía autonómica (los mossos d’esquadra) con la policía nacional. Todo esto, bajo la justificación de que el Tribunal Supremo de Justicia de Madrid considera ilegal el referéndum.
Es decir, de un lado, los argumentos legales que esgrime España para impedir que los catalanes puedan ejercer su derecho a decidir. Del otro lado, los argumentos de legitimidad que esgrime Cataluña apelando a una ley suprema reconocida por la comunidad internacional que es el derecho a la autodeterminación de los pueblos.
Legalidad y legitimidad no es lo mismo y no siempre van de la mano. Sobre todo cuando esa legalidad se basa en una constitución como la española de 1978 que fue impuesta en muchas regiones donde la gente no la aceptó ni la votó, por lo tanto está reñida con la legitimidad.
El filósofo francés Ernest Renan, decía en el siglo 19, que fue el siglo de los nacionalismos, que “una nación es una gran solidaridad, constituida por el sentimiento de los sacrificios que se ha hecho y de aquellos que todavía se está dispuesto a hacer”.
De aquí la comparación del principio con una pareja que ya está rota, o que nunca funcionó porque una parte obligó a la otra a estar juntos.
Eso es lo que pasó con España y Cataluña desde 1713, cuando Madrid ocupó Barcelona. A partir de ahí, habrá habido momentos mejores y peores, pero en los últimos tiempos la parte abusadora y no querida ha optado por la imposición en lugar de la seducción.
Lo peor que puede hacer España con los catalanes es ocupar de nuevo, intervenir, sancionar, castigar, prohibir, apelando a razones tan lejanas como las legales o las administrativas. Lo que logra el gobierno central es refrescar la memoria colectiva de cuando el franquismo había prohibido hasta el idioma. Y lo que logra también es empujar a los moderados o indecisos a posiciones más decididas defendiendo ya ni siquiera el independentismo, sino los más básicos derechos democráticos.
El presidente español Mariano Rajoy ha llegado a hablar de que “las Fuerzas Armadas Españolas tienen la obligación de hacer cumplir la constitución y la unidad de España”, amenazando no se sabe con qué. ¿Pensará bombardear, invadir, desatar una guerra? ¿Contra quién y contra qué? ¿Contra las urnas, contra hombres y mujeres comunes, niños y ancianos que cada vez menos y ya nunca más se sentirán españoles, si es que alguna vez se sintieron así?
¿Podrán decidir los catalanes? ¿La vieja y “civilizada” Europa dará un nuevo espectáculo ridículo y bochornoso de su antiguo colonialismo? ¿O veremos en los próximos días nacer un nuevo Estado? Una República Catalana que no se aislará del mundo como dicen algunos, sino que será parte de la construcción supranacional de la Unión Europea pero desde sus sentimientos nacionales, que están cada vez más lejos de Madrid.