LAS BANDERAS DEL MUNDIAL «URUGUAY»
Capítulo 12 del libro Embanderados. La emancipación de Sudamérica y el por qué de los colores y diseños de sus banderas, de Mariano Saravia.
URUGUAY
El Uruguay es un país contradictorio. Tiene como héroe y símbolo
nacional a José Gervasio de Artigas, un patriota que luchó contra el
centralismo porteño y contra la invasión portuguesa pero que nunca lo
hizo por un Uruguay separado de la Argentina.
Quizás haya sido el más lúcido y adelantado de todos los héroes
sudamericanos: peleó no sólo por la libertad y el federalismo sino también
por los pobres, los indios y los negros, por la igualdad de clases y
de razas. Es decir, planteó cosas que recién 30 años más tarde plantearía
el mismísimo Carlos Marx. Sin embargo, luego de su derrota final
en manos de los invasores portugueses, en 1820 Artigas tuvo que emigrar
al Paraguay, donde vivió tranquilo hasta su muerte en 1850, bajo el
asilo político de Gaspar Rodríguez de Francia y Carlos Antonio López.
Durante los primeros años del Uruguay independiente, fue combatido
tanto por blancos como por colorados y sólo cuando los patrones del
Uruguay se dieron cuenta de que este hombre vivía en el sentimiento del
pueblo, lo recuperaron para usarlo en propio beneficio. Cambiaron la
leyenda negra por la estatua de bronce. Crearon el mito de:
“… un Artigas sin contradicciones y sin vida privada, que un
día decía una frase célebre y al día siguiente le tocaba una
batalla y que entre firmar documentos y derrotar enemigos
había un gran vacío sin otras sensibilidades ni vivencias (…)
transformaron a Artigas en un recitador del credo liberal y
democrático-republicano” (1).
En esta construcción política y sociológica de un héroe nacional,
los patrones dejaron de lado ex profesamente al Artigas más lúcido, al
partidario de la unidad americana, al enemigo acérrimo del unitarismo
porteño y del centralismo montevideano, y sobre todo al luchador
social que daba testimonio con su compromiso de vida, con su opción
inquebrantable por los marginados.
Tan contradictoria es la historia uruguaya, y en particular su relación
con la argentina, que por un lado, desde Buenos Aires se propició
la invasión portuguesa de 1816 y por otro, desde Buenos Aires también
partieron en 1825 los 33 Orientales en su cruzada libertadora, quienes
en 1828 consiguieron la independencia del Imperio del Brasil.
Con la bandera pasa una cosa muy parecida, es un diseño que se
desprende claramente de la bandera argentina que diseñó Manuel Belgrano:
tiene cinco franjas blancas y cuatro azules horizontales intercaladas,
y en el ángulo superior izquierdo el sol. Antes tenía 10 franjas
blancas y nueve azules y cada una de ellas correspondía a un departamento,
lo que sumado a la idea fundamental de Artigas en contra del
centralismo, hace pensar que la idea primigenia de este país es el federalismo.
Error: el Uruguay tiene un sistema unitario, y quizás el más
centralizado de toda Sudamérica.
Fue símbolo del sentimiento monárquico y bastión de la reacción
española contra la Revolución de Mayo porteña, pero su primera ciudad
fue fundada por portugueses, que llegaron en 1680 al estuario del
Río de La Plata. Para rivalizar con la ciudad española de Buenos Aires
los portugueses fundaron enfrente la Colonia do Santísimo Sacramento,
violando nuevamente el Tratado de Tordesillas, que establecía
como límite el meridiano 46° 35’ al oeste de Grenwich, que pasa cerca
de San Pablo. Todo lo descubierto al este de ese límite, sería para Portugal
y todo lo descubierto al oeste, para España, que respondió en
1724 construyendo la ciudadela de Montevideo.
Esa fue la fecha en que se lanzó la competencia sudamericana entre
los dos reinos de la Península Ibérica, y que tuvo como epicentro al
Uruguay, y en menor medida al estado brasileño de Río Grande do Sul.
Antes, solamente algunos intrépidos se adentraban en esos mares de
pampas. El primero de todos había sido Juan Díaz de Solís, en 1516, quien
murió junto a muchos de sus hombres en manos de los indios charrúas.
Durante los primeros tiempos y por casi un siglo, la margen oriental
del Uruguay fue prácticamente ignorada, hasta que en 1611, el
gobernador de Asunción, Hernando Arias de Saavedra (Hernandarias)
comenzó a llevar ganado a la Banda Oriental, convirtiéndola en
“Vaquería del Mar” (ver capítulo de Paraguay).
Aunque en 1617, con la creación de la Gobernación del Río de La
Plata, el territorio uruguayo fue adjudicado a Buenos Aires, después
de la fundación de Colonia y de Montevideo, durante todo el siglo
XVIII fue increscendo la amenaza de los portugueses, tentados por el
gran negocio del contrabando.
En lo político, como el resto del Río de La Plata, Uruguay dependía
del Virreinato del Perú, hasta que en 1776 las reformas borbónicas
crearon el Virreinato del Río de La Plata.
En esos primeros años surgió el mismo nombre de Uruguay, primero
para el río que está al este del Paraná y luego, por extensión, a
la Banda Oriental.
“Se ha dicho que, en guaraní, la voz Uruguay significa río de
los caracoles, ya que “Uruguá” significa caracol de mar, o
caracol de agua, en tanto “y” o “i”, según la grafía, significa
agua o río. Otros autores afirman que Uruguay significa río de
los pájaros o río de los hermosos pájaros coloridos” (2).
Montevideo, ciudad sitiada
A pesar de esa dependencia formal, Montevideo siempre guardó
un margen de maniobra independiente de Buenos Aires y se vinculó
más directamente a España, según los avatares en el Viejo
Mundo.
El 31 de mayo de 1810, seis días después de que el Cabildo de
Buenos Aires rompiera sus lazos con la metrópoli, el Cabildo de Montevideo
recibió la noticia y un pedido de reconocimiento de la Junta
Grande porteña, como así también el envío de un diputado para integrarla.
“Al día siguiente se reunió un Cabildo Abierto cuya decisión
no fue muy clara: no se desconocía a la Junta, se anunciaba
que la adhesión de Montevideo se hacía con ciertas limitaciones
y que después se designaría un diputado. Considerando la
tradicional rivalidad entre la ciudad oriental y Buenos Aires, el
resultado era satisfactorio” (3).
“Apenas realizado el Cabildo Abierto arribó un bergantín
español trayendo noticias –que resultaron falsas– sobre la liberación
del territorio de la Península. La reacción fue inmediata
a favor del reconocimiento del Consejo de Regencia y el
congelamiento de las relaciones con Buenos Aires. La Junta
envió entonces a su secretario, el hábil operador político Juan
José Paso, para persuadir al Cabildo montevideano. Aunque
Paso habló durante casi una hora dando todo tipo de argumentos,
fue rebatido por otros asistentes, y finalmente la asamblea
decidió que Montevideo no reconocería a la Junta de Buenos
Aires mientras ésta no reconociera, a su vez, al Consejo de
Regencia en España. Y de inmediato las autoridades civiles y
militares de la ciudad juraron obediencia al gobierno instalado
en la isla de León, al lado de Cádiz. Un mes más tarde la Junta
declaraba abiertas las hostilidades contra Montevideo” (4).
Sin embargo, en junio de ese mismo año, las ciudades de Maldonado,
Colonia del Sacramento, Soriano y Santa Teresa reconocieron a
la Junta Grande. Ya se percibía en el campo una situación distinta y
propicia para la acción revolucionaria de Artigas.
A principios de 1811 llegó desde España y se instaló en Montevideo
el nuevo virrey del Virreinato del Río de la Plata: Francisco Javier
de Elío, designado por el Consejo de Regencia de Cádiz. Para entonces,
Artigas se desempeñaba como capitán del Regimiento de Blandengues
en la Colonia de Sacramento y tras abandonar el regimiento
se trasladó a Buenos Aires para ponerse a las órdenes del gobierno
revolucionario.
Como ya tenía incidencia sobre el pueblo oriental, sobre todo en
el interior, su actitud levantó a las masas de campesinos e indios contra
las autoridades españolas, levantamiento que se materializó en el
Grito de Asencio. Entre el 27 y el 28 de febrero de 1811, Pedro José
Viera y Venancio Benavides, ocuparon las poblaciones de Mercedes y
Santo Domingo de Soriano.
Al retornar a la Banda Oriental, Artigas fue aclamado como el
“Primer Jefe de los Orientales”, instalando su cuartel general en Mercedes.
Derrotó a los españoles el 18 de mayo de 1811 en la batalla de
Las Piedras, una de las primeras y más gloriosas, por la enorme superioridad
numérica de los realistas, que sobrepasaban los 1.200 soldados.
La lucha se inició a las 11 de la mañana y duró hasta el atardecer.
Incluso, la batalla de Las Piedras –como también las tomas de San
José y Colonia– fue recordada tiempo después en la versión original
del Himno Nacional Argentino. En un fragmento de la canción patria
argentina, Vicente López y Planes recuerda: “San José, San Lorenzo,
Suipacha, Ambas Piedras, Salta y Tucumán, La Colonia y las mismas
murallas del tirano en la Banda Oriental; son letreros eternos que
dicen: aquí el brazo argentino triunfó, aquí el fiero opresor de la patria
su cerviz orgullosa dobló”.
Tres días después de la batalla de Las Piedras, Artigas inició el
sitio de Montevideo, que fue reforzado en junio con el coronel José
Rondeau y el grueso del ejército revolucionario.
Pero no todas eran buenas noticias para Artigas; el 23 de setiembre,
la Junta Grande fue sustituida por el Primer Triunvirato, formado
por Juan José Paso, Feliciano Chiclana y Manuel de Sarratea, enemigo
declarado de Artigas. Ya comenzaban las desavenencias entre él y
el poder centralista porteño.
En tanto, ante la amenaza de los patriotas y con Montevideo sitiada,
el virrey Elío llamó en su auxilio a la princesa Carlota Joaquina,
esposa del regente de Brasil, Juan VI de Portugal, y hermana de Fernando
VII, el rey español preso por Napoleón.
El ejército portugués inició entonces una invasión de la Banda Oriental
en auxilio de los españoles, pero las negociaciones del embajador
inglés en Río de Janeiro, Lord Strangford, derivaron en una de las primeras
medidas de gobierno del Primer Triunvirato: el levantamiento del sitio
a Montevideo el 7 de octubre de 1811, muy a disgusto de Artigas.
En esa medida también se mezclaron cuestiones personales:
Sarratea estaba empecinado en neutralizar a Artigas, y ante la resistencia
de éste, lo declaró públicamente “traidor a la patria”.
Tras la firma del armisticio con el virrey Elío y levantarse el primer
sitio de Montevideo, Rondeau volvió a Buenos Aires, pero Artigas,
en cambio, emprendió lo que se conoció como “el Éxodo del
pueblo oriental”, del que participaron criollos, gauchos, indios, hombres,
mujeres, niños y ancianos, con sus animales y las pocas pertenencias
que podían cargar a cuestas.
“Inicialmente suman unas cuatro mil almas, pero al establecer
un campamento en Ayuí, cerca de Concordia, Entre Ríos, el
número se cuadriplica” (5).
El historiador Fernando Sabsay cita al propio Artigas en su correspondencia
de la época:
“Toda la Banda Oriental me sigue en masa, unos quemando
sus casas y los muebles que no podían conducir; otros caminando
leguas a pie por haber consumido sus cabalgaduras (…)
mujeres ancianas, viejos decrépitos, párvulos inocentes, acompañan
esta marcha manifestando la mayor energía y resignación,
en medio de todas las privaciones” (6).
El 20 de octubre de 1812, Rondeau inició el segundo sitio de
Montevideo, pero para ello el Segundo Triunvirato desplazó a Artigas
de la comandancia.
Sin embargo, él seguía siendo el Primer Jefe de los Orientales y en
su campamento de Tres Cruces se eligieron los diputados que iban a
concurrir a la Asamblea Nacional General Constituyente del año 1813.
El 13 de abril de ese año, Artigas dio instrucciones a sus diputados
que se basaban principalmente en la necesidad de: declarar la
independencia de las Provincias Unidas del Río de La Plata; abogar
por la libertad civil y religiosa; una organización política basada en el
sistema federal con estados autónomos; y que Buenos Aires no fuera
la sede del Gobierno central.
Pero llegados a la Asamblea presidida por Carlos María de Alvear,
los diplomas de los diputados orientales fueron rechazados bajo el
argumento de que no tenían valor por haber sido elegidos en un campamento
militar y por traer instrucciones precisas. En realidad, eran
los más democráticos porque habían sido elegidos a la vista del pueblo,
y sus instrucciones también eran conocidas y no ocultas como las
de los otros diputados.
“Las élites porteñas temían que la influencia del caudillo
oriental se extendiera al resto de las provincias. Veían en la
acción de Artigas un peligroso ejemplo que propugnaba un
serio cambio social (…) El reparto de tierras y ganado entre los
sectores desposeídos concretado por Artigas en la Banda
Oriental, bien podía trasladarse a la otra margen del plata y
poner en juego la base de su poder económico” (7).
“La nacionalidad argentina quedó condensada en su forma
política en una expresión definidora: el federalismo. La Patria
Grande ligaba a las patrias chicas municipales” (8).
“Traidor a la Patria”
El 20 de enero de 1814 Artigas abandonó el sitio de Montevideo
enarbolando una bandera celeste y blanca –la de Belgrano– con una
franja roja que la atravesaba, como símbolo del federalismo, y se lanzó
a luchar por su proyecto federal, expandiendo su área de influencia a las
provincias de Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Santa Fe y Córdoba.
Como no podía ser de otra manera, el 11 de febrero de 1814 el
Director Supremo, don Gervasio de Posadas, declara a Artigas otra
vez “traidor a la Patria”. Ya lo había hecho el Primer Triunvirato, a
instancias de Sarratea. El nuevo decreto decía textualmente:
“Artículo uno. Se declara a don José Artigas infame, privado de
sus empleos, fuera de la ley y enemigo de la Patria.
Artículo dos. Como traidor a la Patria será perseguido y muerto en
caso de resistencia.
Artículo tres. Es un deber de todos los pueblos y las justicias, de
los comandantes militares y de los ciudadanos de las Provincias Unidas
perseguir al traidor por todos los medios posibles.
Cualquier auxilio que se le dé voluntariamente será considerado
como crimen de alta traición.
Se recompensará con seis mil pesos a los que entreguen la persona
de don José Artigas, vivo o muerto”.
Gran parte de esta campaña militar porteña contra las tropas artiguistas
se libró en Entre Ríos, donde amplias zonas como las de Gualeguay,
Gualeguaychú y Arroyo de la China (actual Concepción del
Uruguay) habían sido abandonadas por Buenos Aires a Elío, y por ello
sus gentes sentían una especial devoción hacia Artigas. De hecho el
23 de abril de 1814, ante Mariano Amaro y Francisco Candioti, comisionados
por Posadas para negociar, Artigas les impone a cambio de
un acuerdo, la independencia de la provincia de Entre Ríos, cosa que
no acepta el Directorio.
Pero sobre todo, Artigas tenía clara la importancia de las misiones
y su dependencia del poder porteño. Hay que recordar que los jesuitas,
quienes eran los encargados de gestionar las misiones, habían sido
expulsados en 1767 por mandato del rey Carlos III.
Según el historiador uruguayo Washington Reyes Abadie:
“Las Misiones eran, por lo demás, la clave de bóveda del sistema
federal. Por ellas se ganaba el Paraguay para la unidad
del Plata, liberándolo de la absorción portuaria de Buenos
Aires; y se conjugaban las rutas orientales con el Río Grande,
otorgando a su economía ganadera y saladeril la salida de sus
productos por los puertos platenses del Maldonado, Montevideo
y Colonia, abriendo para el comercio legal, las históricas
rutas de los changadores. Desde las Misiones, Corrientes y
Entre Ríos, coordinaban su destino mesopotámico con las tierras
del Uruguay; y Santa Fe recobraba su función histórica de
enlace con el tráfico de yerba mate, los cueros, las maderas, el
tabaco y la caña, mientras su condición de centro ineludible en
la carrera del Tucumán, ofrecía a los pueblos del norte –incluido
el Alto Perú– y al de Cuyo, pero en particular al de Córdoba,
el desahogo de su artesanía, de sus productos minerales y
de su agricultura frente al impacto ruinoso de la manufactura
inglesa introducida desde Buenos Aires. Este ámbito de la
visión integradora de Artigas abarcaba, pues, dos regiones de
rasgos propios y definidos: la mediterránea, de economía
minera, agrícola y artesanal, articulada en el Paraná, por el
puerto fluvial de Santa Fe; y la del litoral, agrícola-ganadera,
desde los yerbatales y estancias paraguayas y misioneras hasta
la mesopotamia y la campaña oriental; y un transatlántico:
Montevideo”.
Mientras tanto, continuaba el segundo sitio de Montevideo y el
almirante Guillermo Brown, creador de la Armada Argentina, logró
uno de sus primeros triunfos contra la escuadra española frente a la
costa montevideana de Buceo, el 17 de mayo de 1814. Esta fue la
segunda batalla naval de la joven escuadra argentina, que había tenido
su bautismo de fuego en la batalla por la isla Martín García, despejando
el estuario del Río de La Plata para atacar mejor la plaza
fuerte de los españoles. Si bien es verdad que la Armada Real estaba
ya en decadencia desde la Batalla de Trafalgar (1805), estas dos victorias
en las aguas del Plata fueron importantísimas y significaron un
mérito especial de Brown, quien ya se mostraba como un gran estratega
del mar. En especial, la victoria del 17 de mayo (la batalla frente
a Montevideo había comenzado el 14) abrió las puertas de la ciudad a
los sitiadores. En ese momento, el general José de San Martín la consideró
como “la victoria más importante hecha por la revolución americana
hasta el momento”. De hecho, esta victoria dejó sin un punto
de apoyo en la costa atlántica de América del Sur a los españoles y
abortó la intención de la Corona de mandar nuevas fuerzas para reforzar
la reconquista del antiguo Virreinato del Río de La Plata. El 17 de
mayo –en recuerdo del combate de Montevideo– quedó inscripto en
la historia a punto tal, que se transformó en el día de la Armada Argentina.
El 20 de junio de 1814, Gaspar de Vigodet, gobernador español
de Montevideo, capituló y entregó la ciudad a las tropas de Carlos
María de Alvear, que a esta altura había reemplazado a Rondeau en
la dirección del segundo sitio. Ese día, en el fuerte de Montevideo se
arrió la bandera española y se izó la celeste y blanca que ya representaba
a las Provincias Unidas del Río de la Plata (ver capítulo de
Argentina).
El 23 de junio de 1814 el general Alvear entra a Montevideo y el
9 de julio se reúne en el Fuerte con los representantes artiguistas
Miguel Barreiro, Tomás García de Zúñiga y Manuel Calleros. De allí
surge un tratado que en sus puntos principales dice: “La Provincia
Oriental forma parte de las Provincias Unidas; reconoce la obediencia
al Gobierno Supremo; habrá una nueva elección de diputados orientales
para la Asamblea; Artigas no tendría pretensiones sobre Entre Ríos
y a cambio sería reivindicado y reconocido como Comandante General
de la campaña”.
Sin embargo, ese tratado no fue respetado por Buenos Aires y el
4 de octubre, el coronel Manuel Dorrego enfrentó y derrotó a Fernando
Torgués en Marmarajá. Pero el 10 de enero de 1815, el comandante
artiguista Fructuoso Rivera venció a Dorrego en la batalla de
Guayabos, cerca del Cerro del Arbolito.
Gobierno oriental
Con ese triunfo, Artigas logró tener nuevamente bajo su autoridad
toda la Banda Oriental, y el 26 de febrero entró en Montevideo, dando
por finalizado el gobierno del Directorio porteño de escasos ocho
meses.
Una de las primeras medidas de Artigas fue dictar un Reglamento
Oriental en el que repartía las inmensas posesiones de los “enemigos
de la Revolución”, “malos europeos y peores americanos”. En
realidad, en esta avanzada de reforma agraria, lo que se confiscó y
luego se repartió, fue la tierra despoblada e improductiva. Fue el perí-
odo conocido como de la “Patria Vieja” y la edad de oro de los orientales,
aunque en esos meses Artigas recorrió incesantemente las
provincias del litoral argentino, dejando al frente del gobierno primero
a Fernando Torgués y luego a Miguel Barreiro.
Así, el 24 de marzo de 1815, la provincia de Santa Fe se somete a
la autoridad de Artigas –de la mano de su hermano Manuel Francisco
Artigas y de Eusebio Hereñú–, al tiempo que se proclama independiente
del Directorio porteño e iza la bandera tricolor artiguista –la
argentina con la franja roja del federalismo.
El 20 de abril de 1815, luego de los triunfos artiguistas de Curuzú
Cuatiá y Colodrero, el Congreso de Corrientes también nombra a
Artigas como su protector.
La influencia de la Liga Federal llegaba hasta Córdoba, gobernada
hasta ese momento por funcionarios bajados directamente desde
Buenos Aires.
“Apoyado por las provincias litoraleñas, Artigas conminó a
(Francisco) Ortiz de Ocampo, quien estaba al frente de Córdoba,
a abandonar el gobierno, cosa que hizo renunciando ante el
Cabildo. Así fue como en 1815 se quebró la tendencia y Córdoba
tuvo un gobernador nombrado por su Cabildo, que retomaba
después de varios años esa prerrogativa” (9).
Ese primer gobernador elegido por los propios cordobeses con la
ayuda del Protector de los Pueblos Libres, fue José Javier Díaz, quien
le obsequió a su líder una espada hecha en Colonia Caroya que está
expuesta actualmente en Montevideo y que en su anverso dice: “Cordova
en sus primeros ensayos, a su protector el inmortal general José
de Artigas. Año 1815”.
Por esos años, todas las provincias de la Liga Federal o de los Pueblos
Libres usaron banderas inspiradas en la de Artigas, es decir combinando
el celeste, el blanco y el rojo, siendo la más importante la
bandera tradicional argentina con la franja roja atravesada desde el
ángulo superior izquierdo hasta el inferior derecho.
La lucha se sincera entonces entre los federales, eminentemente
republicanos, y los centralistas de Buenos Aires, que conservaban
todavía un sesgo monárquico.
A pesar del cambio de autoridad en el Directorio –el mismo día de
la batalla de Guayabos Alvear había sustituido a su tío Posadas–, la
situación política siguió siendo endeble y los cuestionamientos que
había recIbído el General Alvear como comandante del Ejército del
Norte se repitieron y se profundizaron.
Junto a la frontera del Alto Perú, la Banda Oriental representaba
uno de los problemas más graves para el poder centralista porteño.
Alvear entonces envió una misión a negociar con Artigas y le propuso
reconocer autonomía a la Banda Oriental bajo su jefatura, a cambio
de que éste limitase su influencia a las márgenes del río Uruguay.
Sin embargo, este nuevo acuerdo también duró poco tiempo, porque
Alvear intentó entregar el país, pero no de manera metafórica
sino real. De hecho, Alvear envió a su emisario Manuel García a Río
de Janeiro para que se entrevistara con el embajador inglés Lord
Strangford. En su misiva decía: “Estas provincias desean pertenecer
a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir
bajo su influjo poderoso. Ellas se abandonan sin condición alguna a
la generosidad y buena fe del pueblo inglés, yo estoy resuelto a sostener
tan justa solicitud para librarlas de los males que las afligen. Es
necesario que se aprovechen los buenos momentos, que vengan tropas
que impongan a los genios díscolos y un jefe plenamente autorizado
que empiece a dar al país las formas que fueren del beneplácito
del Rey”.
“García fue frenado en su misión por Manuel Belgrano y Bernardino
Rivadavia, quienes ya estaban en Río de Janeiro y buscaban
una salida pacífica a la complicada situación de las
Provincias Unidas” (10).
Sin embargo, y aunque no prosperó, el episodio constituyó una
traición a la patria del General Alvear, así que Artigas dio por caducado
el pacto y emprendió una nueva ofensiva contra Buenos Aires, con
el apoyo de las provincias del Litoral.
Ante la crisis política e institucional, el General Alvear decretó la
pena de muerte y la censura a la prensa, hasta que fue reemplazado
por Ignacio Álvarez Thomas.
La invasión luso brasileña
Así como en 1811 los portugueses fueron llamados por el
virrey Elía, en 1816 y en pleno apogeo de la influencia artiguista
sobre la Liga Federal, fue el Directorio porteño el que apeló
a los portugueses para neutralizar al Protector de los Pueblos
Libres. Al mismo tiempo, los porteños invadían Santa Fe, una
de las provincias de la Liga Federal. Por eso, entre otras causas, las
provincias artiguistas no enviaron representantes al Congreso de
Tucumán, excepto Córdoba.
La actitud de Buenos Aires, entregando la Banda Oriental al
Imperio del Brasil es una muestra de una actitud que se repetiría siempre
en la historia argentina: la entrega del país a potencias extranjeras
para garantizar las prerrogativas de una clase dominante traidora a la
patria. Ejemplos más contemporáneos sobran, como aquel famoso
discurso de Julio Argentino Roca hijo ante la corte inglesa diciendo
que “la Argentina es la perla más valiosa del Imperio inglés”, o las
conocidas relaciones carnales en la década del ’90 del ex presidente
Carlos Menem con los Estados Unidos.
Los portugueses deseaban ocupar la margen oriental del Río de la
Plata desde siempre, pero en esta circunstancia se decidieron a atacar
porque se sumaba el temor a que el Río Grande do Sul se contagiara
de las ideas republicanas y federalistas de Artigas, que también ejercía
influencia en esta zona del sur de Brasil.
Finalmente, en julio de 1816 los portugueses iniciaron la ocupación
de la Banda Oriental con cuatro cuerpos de ejército y más de
10.000 hombres. La defensa quedó a cargo exclusivamente de Artigas,
ante la indiferencia del Directorio porteño, ya en manos de Juan
Martín de Pueyrredón, quien comisionó al Coronel Nicolás de Vedia
como emisario en Santa Teresa ante el general portugués Carlos Federico
Lecor. El jefe portugués se comprometió entonces a mantener
neutralidad con Buenos Aires, y aseguró que tomaría “la orilla oriental
por derecho de primera conquista”, y que ocuparía “hasta el río
Uruguay, por el momento, y después quizás hasta el Paraná”.
Artigas fue derrotado en Carumbé el 27 de octubre y Rivera, su
lugarteniente, en India Muerta el 19 de noviembre. De esta manera,
los portugueses continuaron su marcha invasora hacia el sur, hasta que
el 8 de diciembre de 1816, el Cabildo de Montevideo negoció la anexión
de la Banda Oriental a las Provincias Unidas a cambio del auxilio
armado de éstas, acuerdo que Artigas rechazó, y que Buenos Aires
no iba a cumplir tampoco.
En enero de 1817 entra en Montevideo el general Lecor, aunque
la resistencia artiguista continuó férreamente durante tres años más.
El 22 de enero de 1820 Artigas fue derrotado de manera definitiva
en Tacuarembó. El 1° de febrero, los ejércitos de la Liga Federal al
mando de Estanislao López y Francisco Ramírez vencieron a los porteños.
Pero con el Tratado de Pilar –que selló la paz transitoria entre
Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires– quedó sepultado irreversiblemente
el proyecto de la Liga Federal. A partir de allí, los antiguos aliados
de Artigas se le volvieron en contra, entre ellos el caudillo
entrerriano Francisco “Pancho” Ramírez. Por último, la traición pudo
más que las largas campañas militares, hasta que diezmado, Artigas
decidió disolver su ejército y se exilió en el Paraguay hasta su muerte
en 1850.
El 18 de julio (fecha emblemática para los orientales) de 1821, el
Reino Unido de Portugal –Brasil y Algarves– anexó el Uruguay bajo el
nombre de Provincia Cisplatina, y un año después el Brasil se independizó
de Portugal con Don Pedro I como emperador (ver capítulo de Brasil).
Los invasores luso brasileños fueron apoyados por gran parte de
la aristocracia montevideana, que vio en ellos una salvación frente a
la amenaza artiguista. De hecho, el astuto general Lecor les prometió
“orden” y sobre todo devolverles las tierras que Artigas había distribuido
entre indios, negros libres y criollos pobres, en lo que había sido
una precoz reforma agraria. Un ejemplo más del expolio permitido y
hasta fomentado por las clases dominantes locales.
Pero esas promesas de vuelta al antiguo orden no fueron cumplidas
por los brasileños y muy pronto renació el sentimiento anti lusitano
de una población de origen español y criollo que venía
combatiendo los avances portugueses desde el siglo XVII.
El 13 de marzo de 1823, el Cabildo Representante de Montevideo
firmó una alianza ofensiva-defensiva con la provincia de Santa Fe,
gobernada por el caudillo Estanislao López. Pero ante la inminente
incursión de tropas santafesinas y entrerrianas en auxilio de los orientales,
el presidente argentino Bernardino Rivadavia envió en octubre a un
emisario para frenar a López. Así, lo convenció de la imprudencia de la
misión por la inferioridad numérica de tropas respecto de las brasileñas.
Mientras tanto, el autoritarismo del general brasileño Lecor fue
increscendo y no dio lugar a ningún atisbo de autogobierno, ocasionando,
entre otras cosas, el exilio de muchos patriotas orientales que
se refugiaron en Buenos Aires.
La expedición de los 33
Así, en 1825 se produjo la incursión de “Los 33 orientales”, encabezada
por el legendario Juan Lavalleja y por Manuel Oribe. Partieron
el 19 de abril de Barracas y San Isidro y desembarcaron en la otra
orilla, en el Arenal Grande, más precisamente en un lugar bautizado
como La Agraciada, cerca del Arroyo de los Ruices.
Una vez en tierras orientales, se les unió a la empresa Fructuoso
Rivera, un antiguo compañero de lucha de Artigas que sería luego el
primer presidente uruguayo. Pronto Lavalleja y sus hombres sublevaron
a todo el Uruguay rural contra los brasileños que, sin embargo,
seguían fortalecidos en Montevideo.
El 25 de agosto de ese año, en el congreso de Florida, la Sala de
representantes de la Provincia Oriental declaró la independencia del
país y luego, mediante la Ley de Unión, la reincorporación a las Provincias
Unidas del Río de La Plata. Además, también decidieron que
la bandera provincial sería la de “Los 33 orientales”, que era de tres
franjas horizontales –celeste, blanca y punzó–, los colores artiguistas.
Sin embargo, recién después de las victorias de Rincón y Sarandí,
el gobierno de Buenos Aires apoyó oficialmente a los orientales y a
fines de 1825 entró en guerra con el Imperio de Brasil.
Entonces acaeció lo más lógico y esperado: la intromisión de la
gran potencia de la época que era Gran Bretaña, que empezó a mediar
en el conflicto a través de su enviado, Lord Pomsomby. Por un lado,
la guerra perjudicaba gravemente los intereses comerciales ingleses
en el Río de La Plata, debido al bloqueo brasileño del puerto de Buenos
Aires. Por otro lado, a Gran Bretaña le convenía la creación de un
pequeño Estado tapón que estuviera en medio de ambos países y que,
por otro lado, impidiera que una Argentina fortalecida se consolidara
a ambas márgenes del Río de La Plata. De esta manera, la principal
vía fluvial de América del Sur se internacionalizaría, lo cual era toda
una garantía comercial para los ingleses.
Durante la Guerra contra el Brasil, fueron nuevamente fundamentales
las victorias del Almirante Brown al frente de la Armada Argentina,
sobre todo las de Quilmes en 1826 y la de Juncal en 1827, y que
precedió el desenlace de la guerra.
El 20 de febrero de 1827 se produjo el triunfo final del general
Alvear contra las tropas del Marqués de Barbacena, en la batalla de
Ituzaingó.
Sin embargo, lo que había ganado en el campo de batalla, la
Argentina lo perdió en la mesa de negociaciones. El 24 de mayo de
1827, Manuel García, enviado del presidente argentino Bernardino
Rivadavia, firmó una Convención Preliminar de Paz por la cual
renunciaba a sus derechos sobre la Banda Oriental y la dejaba en
manos del Imperio del Brasil, se comprometía al pago de una indemnización
de guerra y al desarme de la isla Martín García.
Una explicación parcial a esta claudicación pudo ser el miedo de
Rivadavia a que su gobierno se derrumbara si la guerra continuaba, y
al ascenso de los distintos caudillos provinciales, a quienes consideraba
bárbaros y peligrosos.
Después de haber ganado la guerra, la actitud pusilánime del
gobierno de Buenos Aires dejó a la Banda Oriental en manos del
Imperio del Brasil, pero las persistentes y hábiles negociaciones de los
enviados ingleses desembocaron en la firma de la paz definitiva, el 27
de agosto de 1828. Por ese tratado en Montevideo, Brasil y la Argentina
renunciaron a sus pretensiones sobre la Banda Oriental.
El 18 de julio de 1830 –nueve años después de la anexión a Brasil–,
una Asamblea electa aprobó la Constitución del nuevo país, llamado
oficialmente Estado Oriental del Uruguay. El 24 de octubre de
ese año, asumió como primer presidente constitucional el general
Fructuoso Rivera, padre del Partido Colorado.
Blancos y colorados
Luego de la primera asunción presidencial, sobrevino la guerra
civil, entre los blancos de Manuel Oribe y los colorados de Fructuoso
Rivera, la cual tuvo importantes consecuencias, incluso, fue el detonante
de la Guerra de la Triple Alianza (ver capítulo de Paraguay).
El Partido Colorado pasó a representar al liberalismo político y
económico, mientras que el Partido Blanco defendía a los estancieros
con una doctrina conservadora y nacionalista. Los colorados gobernaron
prácticamente en forma ininterrumpida entre 1870 y 1958.
“A partir de 1955 se produce la retracción del mercado de la lana
y la caída de los precios internacionales que provocan la disminución
de las áreas sembradas, un estancamiento del comercio exterior
y el hundimiento progresivo de la economía nacional” (11).
Los años ’60 profundizaron la caída de la que fuera “la Suiza de
Sudamérica” y los sucesivos planes de ajuste afectaron principalmente
a los trabajadores asalariados.
“Ante la oleada de huelgas el gobierno responde con la militarización
y el Estado de sitio (…) En este clima tenso, irrumpe
en escena la oposición extraparlamentaria juvenil y clandestina
que incluye la violencia en sus prácticas políticas. El Movimiento
de Liberación Nacional “Tupamaros”, práctica de
acción directa. Se definen como artiguistas, admiran a la revolución
cubana y al Che Guevara. Gozan en un principio de una
importante adhesión por parte de una población exasperada
ante el quiebre del sueño uruguayo” (12).
Durante la década del ’70, la historia uruguaya no fue muy distinta
que la de los restantes países de Sudamérica, con dictaduras marcadas
por la Teoría de la Seguridad Nacional y el Terrorismo de Estado
enseñoreado del país.
Luego, con la vuelta de la democracia, otra vez apareció la alternancia
de blancos y colorados, que ya se diferenciaban muy poco
entre sí.
Contemporáneamente, sucedió que el Frente Amplio, espacio que
aglutina desde ex Tupamaros hasta socialdemócratas, no dejaba de
crecer en su construcción política y en la consideración de la gente.
Hasta que llegaron las elecciones de 1999, las primeras que marcaron
el fin del bipartidismo uruguayo. El médico oncólogo Tabaré Vázquez
ganó la primera vuelta electoral y para impedir su acceso al poder,
blancos y colorados dejaron atrás su enfrentamiento centenario, con
tal de mantener sus privilegios y prebendas. Surgió así el que fue
conocido despectivamente como “Partido Rosado”, mezcla de blancos
y colorados, que terminó depositando en la Presidencia a Jorge
Batlle, resabio del neoliberalismo de los ’90.
En uno de los escándalos más recordados de su gestión, Batlle
salió por televisión diciendo que “todos los argentinos son unos ladrones,
del primero al último”. Aunque luego pidió disculpas llorando,
esas declaraciones enrarecieron un clima que siempre había sido fraternal
entre argentinos y uruguayos. Sobre todo porque para que los
ladrones argentinos puedan robar tranquilos, es indispensable un sistema
bancario como el uruguayo, que no pregunta nada sobre el origen
de los depósitos.
Nuevos vientos, nuevos remolinos
Finalmente, el Frente Amplio llegó al gobierno en 2005 y Tabaré
Vázquez asumió la Presidencia con un gabinete integrado, entre otros,
por hombres de larga militancia y lucha popular, como José “Pepe”
Mugica.
Pero con Vázquez en Uruguay y Kirchner en la Argentina, lejos
de las brisas de aire fresco que el pueblo esperaba, llegaron nuevos
torbellinos que enrarecieron aún más el clima entre uruguayos y
argentinos. El motivo fue la instalación de las fábricas de celulosa
Ence y Botnia, española y finlandesa respectivamente, sobre la ribera
oriental del río Uruguay.
Este proyecto comenzó a ser cuestionado por grupos ambientalistas
de la otra orilla del río, en la provincia argentina de Entre Ríos, y
esas propuestas fueron fogoneadas por los gobiernos provincial y
nacional. Los ánimos se fueron exaltando y los vecinos de la ciudad
fronteriza de Gualeguaychú cortaron el puente que la une con la uruguaya
Fray Bentos. El corte duró casi dos meses, y luego se sumaron
otros cortes de puentes sobre la frontera río arriba, hasta dejar al Uruguay
prácticamente bloqueado.
La reacción no se hizo esperar, ni del gobierno uruguayo ni del
pueblo de Fray Bentos que también comenzó a manifestar, en este
caso a favor de la instalación de las papeleras.
Fue uno de los capítulos más tristes de la historia reciente de Sudamérica:
dos pueblos hermanados como ninguno en el mundo,
comenzaron a mirarse con recelo, uno por llevar el ecologismo a niveles
de fanatismo, el otro por soslayar en absoluto cualquier mirada crí-
tica en pos de las futuras fuentes de trabajo.
¿Quién podría asegurar que si las papeleras se hubieran asentado
en Gualeguaychú en vez de en Fray Bentos, la reacción de unos y
otros habría sido la misma? ¿Hubieran protestado con el mismo tesón
en defensa de la ecología los habitantes de Gualeguaychú?
En definitiva, ni siquiera se podría decir que la crisis fue culpa de
los gobiernos en curso durante el 2006, sino que tanto la falta de controles
ambientales como el empobrecimiento de la gente y la desocupación
son problemas de larga data. Todo eso originó la crisis,
condimentada con una buena dosis de individualismo, que impide
ponerse en el lugar del otro, pensar en conjunto y en función regional.
Bibliografía
1- Abella Gonzalo, Artigas, el resplandor desconocido. Ediciones
Betum San, Montevideo, 1999, p. 19.
2- Otero Edgardo, El origen de los nombres de los países del
mundo. Editorial de los Cuatro Vientos, Buenos Aires, 2003, p. 58.
3- Luna Félix, La emancipación argentina y americana, Editorial
Planeta, 1998, p. 50.
4- Op. Cit., p. 51.
5- Sabsay Fernando, Protagonistas de América Latina, Editorial
El Ateneo, Buenos Aires, 2003, p. 462.
6- Op. Cit., p. 462.
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7- Pigna Felipe, Mitos de la Historia Argentina. Tomo uno, Editorial
Norma, Buenos Aires, 2003.
8- Ibíd., Sabsay, 2003, p. 463.
9- Dómina Esteban, Historia mínima de Córdoba, Ediciones del
Boulevard, Córdoba, 2003.
10- Ibíd., Pigna, 2003, p. 380.
11- Pigna, Felipe, www.elhistoriador.com.ar/articulos/uruguay.php
12- Op. cit.