LAS BANDERAS DEL MUNDIAL «COLOMBIA»
Cada cuatro años, nos embanderamos de celeste y blanco en ocasión de los mundiales de fútbol. Y este año, Rusia 2018, no será la excepción. Algo similar pasa en cada país del mundo que participará del mayor evento deportivo , junto a los Juegos Olímpicos.
Pero los símbolos siempre son una buena excusa para reflexionar, para conocer más. En este caso sobre el por qué de los colores y diseños de nuestra banderas, en Sudamérica. Y en definitiva, sobe un período de nuestra historia que coincide con el de nuestra Independencia.
Capítulo 5 del libro Embanderados. La emancipación de Sudamérica y el por qué de los colores y diseños de sus banderas, de Mariano Saravia.
COLOMBIA
En el Virreinato de Nueva Granada, entre 1779 y 1781, estalló
la insurrección de los Comuneros del Socorro, causada por el descontento
de la población ante el fuerte aumento de los impuestos
por parte de las autoridades coloniales, fundamentalmente impulsado
para fortalecer la defensa de la ciudad de Cartagena de Indias
frente a los ataques de los ingleses, en guerra con España. Cuatro
capitanes del común (de ahí comuneros), elegidos entre los comerciantes
de la ciudad, se colocaron a la cabeza de los comuneros de
Socorro, y si bien en un principio obtuvieron sus reivindicaciones,
una vez disueltas las milicias comuneras, los españoles los traicionaron
y condenaron a muerte. Además, pronto surgieron discrepancias
internas que debilitaron al movimiento, porque si bien al
principio los reclamos eran en contra del “impuestazo”, también se
esbozaron reclamos por reformas administrativas y políticas de
fondo en el sistema colonial. Pero los burgueses que encabezaban
el movimiento no estaban dispuestos a llevar los cambios tan a
fondo; en realidad sólo actuaban en defensa de sus intereses econó-
micos.
Pasaron los años y en 1810 la división entre chapetones (españoles)
y criollos era mucho más marcada, y también entre los que abogaban
sólo por rebelarse contra los franceses en el trono de España
como signo de fidelidad a Fernando VII, y los que querían la completa
emancipación.
El 20 de julio de 1810 se convocó al cabildo abierto de Santa Fe
de Bogotá, capital del Virreinato de Nueva Granada y se destituyó al
virrey Antonio Amat y Borbón para instalar la Junta Suprema, con
José Miguel Pey como presidente, al estilo de todas las juntas americanas
y españolas.
Pero rápidamente apareció en escena otra disputa que sería determinante
en esa década de la historia de Colombia: la división entre
centralistas y federalistas. Antonio Nariño era el líder de los que pro110
pugnaban por un estado fuerte y centralizado con sede en Cundinamarca,
la zona de Bogotá, y Camilo Torres era el jefe de los federalistas,
que tenían su base de operaciones en la región de Tunja. Estos dos
patriotas se enfrentaron a los españoles, pero también se enfrentaron
entre sí en una sangrienta guerra civil, y se sucedieron en el poder.
Nariño gobernó en 1811 y 1812, y Torres entre 1813 y 1814.
A estas divisiones se sumaba la de la costa del Caribe, porque
mientras Santa Marta permaneció fiel a España, Cartagena se apresuró
en declarar su independencia como Ciudad Estado en 1811.
Así, cuando Simón Bolívar desembarcó en Cartagena el 20 de
setiembre de 1814, proveniente de una Venezuela en manos de los
españoles, se encontró con que Nueva Granada estaba totalmente
dividida y debilitada.
De inmediato se dirigió a Tunja, para dar explicaciones al Congreso
sobre qué había hecho con los recursos y los hombres que había
usado en la Campaña Admirable y en la efímera Segunda República
de Venezuela (ver capítulo de Venezuela).
El Pacificador
A pesar de volver derrotado militarmente, Bolívar tenía sus dotes
de orador intactas y alegó frente al Congreso: “Los golpes recIbídos
nos han abierto los ojos y, con la experiencia y la visión adquirida,
¿por qué debemos eludir los peligros de la guerra y la política, y así
privarnos de lograr la libertad y la gloria que nos esperan después de
nuestros sacrificios? Éstos no pueden evitarse. Siempre ha sido necesario
pasar por la senda del sacrificio para alcanzar el triunfo. Toda
América está empapada de sangre americana. Era necesario para lavar
la mancha tan arraigada. Es la primera vez que este desdichado continente,
siempre tierra de desolación que no de libertad, se viste de
honor (…) por la libertad, digo que la tierra ha sido sembrada de
armas: esa tierra que hace muy poco tiempo sufría la guerra de los
esclavos”.
La verba de Bolívar era tan elocuente y convincente, que en lugar
de recriminaciones obtuvo la comprensión y el apoyo del Congreso de
Tunja. Su presidente, Camilo Torres, le dijo: “General, mientras su
espada exista, su país no habrá muerto. Con ella volverá usted a rescatarlo
del dominio de su opresor. Ha sido usted un soldado con mala
fortuna, pero es usted un gran hombre”.
A cambio de esa comprensión, el Congreso de Nueva Granada le
pidió que luchara contra la República de Cundinamarca para terminar
con la división entre centralistas y federalistas, y anexar finalmente
Santa Fe de Bogotá. Allí, su líder Antonio de Nariño, había
sido apresado y mandado por los españoles a Cádiz. Lo había sucedido
Manuel Álvarez, que contaba para entonces con cierto apoyo
del bando realista.
No muy convencido pero sin otra opción, Bolívar marchó hacia
Bogotá en diciembre de 1814, y luego de tres días de lucha cuerpo
a cuerpo contra sus “ciudadanos hermanos de América”, obtuvo el
triunfo que estaba necesitando, y fue recompensado con el título
de “Pacificador”. El Congreso se trasladó desde Tunja a Bogotá,
ciudad que fue designada capital de la República de Nueva Granada.
Así, sólo quedaba la ciudad caribeña de Santa Marta como bastión
español, de modo que el Congreso mandó al Pacificador con 2.000
hombres prácticamente desarmados, con las instrucciones de pasar
antes por Cartagena a buscar más hombres y municiones.
En Cartagena mandaba su antiguo lugarteniente y rival, Manuel
Castillo, quien enterado de las noticias, se puso furioso y se dispuso a
combatir a quien otra vez había sido designado su superior.
Pero Bolívar no estaba dispuesto a volver a desatar una lucha fratricida
y se limitó a ocupar el Cerro de La Popa, en las afueras de Cartagena.
Al mismo tiempo, se producían novedades al otro lado del Atlántico:
durante 1814 había concluido la Guerra de Independencia Española,
con derrota de los franceses, y había vuelto al trono Fernando
VII, recuperando el absolutismo monárquico.
Dentro de su plan de restauración del Antiguo Régimen, a principios
de 1815, el rey mandó a América una de las mayores expediciones
nunca antes vistas: 42 barcos de transporte escoltados por 18
barcos de guerra trasladaron a 15.000 soldados para someter las insurrecciones
coloniales. Su comandante era Pablo Morillo, quien, apenas
desembarcaron en Venezuela, empezó a delinear la campaña para
recuperar Nueva Granada.
Bolívar fue cauto y calculador, por un lado no quería enfrentarse
a Castillo en Cartagena, y por otro lado no podía atacar a los realistas
en Santa Marta sin provisiones ni armamento. Pero además y sobre
todo, era consciente de que sería imposible enfrentarse a la fuerza que
se aproximaba, y sobre todo si estaba dividida la república.
“Si me quedo aquí, Nueva Granada se dividirá en partidos y guerras
domésticas, que se eternizarán. Si me retiro, sólo habrá el partido
de la patria que, unido, será más efectivo”, dijo a sus oficiales.
El 9 de marzo de 1815, embarcaba en un buque inglés rumbo a un
nuevo exilio: esta vez en Jamaica.
Sin Bolívar, Nueva Granada no resistió demasiado a los españoles:
Cartagena capituló el 6 de diciembre de 1815 luego de un sitio de
106 días. Desde allí, el jefe español Pablo Morillo remontó el río
Magdalena rumbo a Bogotá, ciudad que se rindió prácticamente sin
luchar a principios de 1816; y en octubre, Morillo fusiló a más de 600
patriotas, entre ellos a Camilo Torres, presidente de la república.
Otra vez estaba en cero la hora de la libertad en el norte de Sudamérica.
El exilio en Jamaica y Haití
Bolívar llegó a Kingston, capital de Jamaica, pobre y deprimido.
Amenazaba permanentemente con suicidarse y estaba todo el día tirado
en la hamaca, jugando al ajedrez o, en el mejor de los casos, practicando
esgrima.
Las autoridades españolas organizaron varios atentados en su contra
y en uno de ellos, uno de sus esclavos apuñaló a traición a quien
creía su amo, pero en realidad era uno de los guardaespaldas que estaba
dormido en la hamaca. Bolívar había salido a hurtadillas a visitar
a Julia Cobier, una dominicana que de vez en cuando sacaba de la
depresión al Libertador.
De ese período nefasto, lo único rescatable fue la “Carta de Jamaica”,
su documento político más famoso y rico. En ella, recriminaba a los
países de Europa el no haber acudido en auxilio a su revolución:
“¿Es sorda Europa al clamor de sus propios intereses? Europa
misma, por razones políticas, tendría que haber preparado y llevado
adelante planes para la independencia sudamericana; no sólo porque
es necesario para el apropiado equilibrio del mundo sino porque es
un medio legítimo y seguro para conseguir bases comerciales a este
lado del océano (…) liberaría medio mundo y pondría al universo en
estado de equilibrio (…) Los británicos pueden adquirir (a cambio de
ayuda) las provincias de Panamá y Nicaragua, formando con esos
países el centro comercial del mundo por medio de canales que,
conectando los dos grandes mares, acortarían las enormes distancias
y harían que el control de Inglaterra sobre el comercio del mundo
fuera permanente”.
Acerca de lo dicho por Bolívar en su “Carta de Jamaica”:
“… predecía que los imperios español y portugués se dividirí-
an en 15 repúblicas independientes. Creía que, en México y
Brasil, se alternarían en el poder las monarquías y el despotismo,
con una predicción increíblemente certera. Chile, decía,
tendría en general gobiernos estables, mientras que Perú sufriría
turbulencias continuas porque tiene dos elementos siempre
enemigos de un régimen justo y liberal: oro y esclavos. Anticipó
una única república que abarcaría Venezuela y Nueva
Granada, para la cual él abogaba como forma de gobierno un
ejecutivo elegido por propietarios acaudalados, un Senado
hereditario y una asamblea elegida de manera similar. El panorama
que proponía era decididamente republicano y antimonárquico.
Sostenía que los monarcas eran despóticos y
engreídos por naturaleza. Pero su concepto de democracia era
sin duda muy limitado. Los hispanoamericanos todavía no
estaban preparados para ella” (1).
De hecho, en su “Carta de Jamaica”, Bolívar decía entre otras cosas:
“El gobierno puramente representativo no conviene a nuestro
carácter, costumbres ni condiciones actuales (…) Mientras nuestros
compatriotas no desarrollen los talentos y virtudes políticas que distinguen
a nuestros hermanos del norte (Estados Unidos), el sistema del
todo popular, lejos de convenir a nuestras condiciones actuales podría,
me temo, ser nuestra ruina. Desgraciadamente, esas cualidades no
parecen haberse desarrollado en nosotros en la medida necesaria. Por
el contrario, estamos dominados por vicios que, desarrollados bajo la
guía de España, están cargados de ferocidad, ambición, venganza y
codicia. Su experiencia de las atrocidades cometidas por las turbas bajo
el gobierno popular, las revueltas de negros y llaneros en Venezuela,
influyeron sin duda para que sus ideas se inclinaran hacia el concepto
de una autocracia benévola, que iba a tener notorio efecto en los regí-
menes políticos de América Latina durante más de un siglo. Por las mismas
razones rechazaba el federalismo a favor de la centralización” (2).
A principios de diciembre de 1815, estando todavía en Jamaica,
Bolívar fue convocado para ayudar en la defensa de Cartagena durante
el sitio de los españoles, pero cuando iba por el Caribe esquivando
embarcaciones españolas, se enteró de que la ciudad ya había caído y
los refugiados patriotas se dirigían a Haití.
Entonces dio media vuelta y él también recaló en el puerto de
Los Cayos, en el extremo sudoeste de la isla La Española. Allí, fue
bienvenido por Alexander Pétion, presidente de la primera república
independiente de América Latina: Haití se había liberado de
Francia en 1805, a través de una rebelión nacional y social de ex
esclavos que habían vencido a los ejércitos napoleónicos en su
mejor momento.
Pétion había leído su “Carta de Jamaica” y estaba dispuesto a ayudarlo
si Bolívar se comprometía también a abolir la esclavitud en el
continente.
Además, Bolívar conoció allí a Luis Brion, un comerciante judío
de Curaçao, quien puso a disposición de la empresa una corbeta, una
fragata y algunas otras embarcaciones.
También llegaron a Los Cayos algunos de sus incondicionales,
como Carlos Soublette, y varios de sus rivales, como Santiago Mariño,
Manuel Carlos Piar, Mariano Montillo y Francisco Bermúdez.
Éstos, cuando se propuso a Bolívar como comandante de la expedición,
pusieron el grito en el cielo. Pero Brion impuso la jefatura de
Bolívar como condición para financiar la nueva intentona. Las reacciones
fueron diversas: Montillo se fue a los Estados Unidos, Bermú-
dez se quedó en Haití, y Mariño y Piar decidieron acompañar a
Bolívar a regañadientes. Finalmente, a fines de marzo de 1816, se
hicieron a la mar siete embarcaciones con 300 hombres a bordo,
municiones y algunos cañones.
En Los Llanos venezolanos
Apenas desembarcados en el puerto venezolano de Carúpano, Piar
y Mariño abandonaron a Bolívar, quien decidió entonces retirarse a
Ocumare, más al oeste de La Guaira. Intentó atacar a los españoles
por la espalda, pero fue rechazado y navegó hacia el este, rumbo a la
península de Güiria.
A todo esto, Bermúdez había llegado desde Haití y conspiraba
junto a Mariño en su contra. Hicieron correr la voz de que Bolívar pla115
neaba dejar Güiria en manos de los españoles y una multitud lo echó
bajo una lluvia de piedras al grito de “¡Muerte al dictador!” y “¡Abajo
Bolívar!”. Así, destrozado anímicamente, sin ser capaz de suscitar respeto
entre los suyos y mucho menos, temor entre sus enemigos, Bolí-
var volvió vencido a Haití.
Contra todas las expectativas, Pétion y Brion, en vez de recriminarle
por el terrible fracaso que había sido la expedición, lo instaron
y alentaron para intentarlo de nuevo. Al principio, Bolívar no quiso
saber nada de esa posibilidad, pero tanto insistieron que el 31 de
diciembre de 1816, el Libertador volvía a atracar en el puerto de Barcelona.
La cosa empezó difícil, y mientras el general español Pablo
Morillo se acercaba por tierra, una flota había zarpado de Puerto
Cabello para cortarle una eventual retirada por mar. Bolívar pidió
apoyo a Piar pero éste se lo denegó, y cuando ya todo estaba casi
perdido, aparecieron las fuerzas patriotas de Bermúdez para reforzar
las de Bolívar. En realidad, Bermúdez había sido enviado por
orden de Mariño, que ocupaba Cumaná y sabía que si se perdía el
puerto de Barcelona, el próximo objetivo de los realistas sería su
posición. Rechazados los españoles, Bolívar salió al encuentro de
Bermúdez y le agradeció el salvataje: “Abrazo al libertador del
Libertador”.
Pero no había pasado el peligro. Morillo volvería con más refuerzos
por tierra y la retirada por mar seguía bloqueada. Por lo tanto,
Bolívar intentó una jugada de lo más arriesgada: bajar hasta el Orinoco
y desde allí remontarlo con la flota de Brion hacia el este, escapando
así de la maquinaria militar española, ampliamente superior a la
suya.
El 4 de abril de 1817 Bolívar se reunió con Manuel Carlos Piar en
las afueras de ciudad Guayana, y decidieron que el jefe sería El Libertador,
que tenía el mayor arsenal y la indispensable flota de Brion. Por
su parte, Mariño había perdido Cumaná y su ejército se había desbandado,
de modo que pidió a Bolívar servir a sus órdenes, al igual que
Bermúdez. Sin embargo, cada uno de los jefes tiraba para su propio
lado y la falta de disciplina de los altos mandos conspiraba seriamente
contra el futuro de la revolución.
“Al cabo de pocas semanas, Piar escribió a Bolívar renunciando
a su mando. Según dijo, quería buscar apoyo para la causa
en el interior. La verdad es que partía con la idea de levantar el
estandarte contra Bolívar. Sostenía que Bolívar lo había destituido
porque era negro (…) Piar se veía como otro Boves (ver
capítulo de Venezuela), cabecilla de los negros, contrarios a
Bolívar, blanco criollo y mantuano de pura cepa. En su ambición
por reemplazar al Libertador en nombre de la igualdad
racial, amenazaba con sumir a su propio bando en una guerra
civil” (3).
Entonces, Bolívar lo mandó a apresar y lanzó una proclama que
sonó a advertencia para los demás jefes patriotas: “Con su insensata y
abominable conspiración, el general Piar ha intentado desatar por su
cuenta una guerra civil entre hermanos, en la cual asesinos crueles
cortan las cabezas de niños inocentes, mujeres desvalidas, ancianos
temblorosos, sólo por haber nacido con la piel más o menos oscura
(…) El general Piar ha infringido las leyes, ha conspirado contra el sistema
republicano, ha desobedecido al gobierno, ha recurrido a la fuerza,
ha desertado del ejército y ha huido como un cobarde. Se ha puesto
al margen de la ley. Es un deber destruirlo y quien lo destruya será un
benefactor”.
Luego de haber tomado la ciudad de Angostura (hoy Ciudad Bolí-
var) en el Orinoco, ordenó ejecutar en la plaza a Piar, para que sirviera
también de escarmiento.
La Gran Colombia
Desde ese momento, Bolívar aumentó su autoridad y todas las
fracciones empezaron a luchar un poco más coordinadamente. Es
entonces que:
“establece contacto con el personaje cuyo nombre empieza a
rivalizar con el suyo, como el terror de las fuerzas españolas,
ya confinadas a las altiplanicies del norte de Venezuela: José
Antonio Páez, comandante independiente de las tropas en Los
Llanos occidentales” (4).
Páez, “el León de Apure”, era un líder llanero, hosco y sin instrucción
como Boves, aunque no tan cruel. La primera vez que los dos
jefes unieron sus fuerzas, fue para atacar a Morillo en Calabozo, su
cuartel general, el 10 de febrero de 1818. Poco después, Páez rehusó
acompañar a Bolívar en un ataque frontal a Caracas. “El León de
Apure” tenía un solo objetivo: consolidar su feudo en Los Llanos
occidentales.
De todas maneras, Bolívar intentó llegar a Caracas, pero fue
derrotado en Semen y decidió volver por el Orinoco hasta Angostura.
“Durante el forzado descanso del viaje en barco, al cuidado de
sus acompañantes femeninas, Bolívar pareció al fin recuperarse
y elaboró una nueva estrategia: aprovecharía que el Reino
Unido y el presidente Monroe hubieran enviado emisarios a
Angostura, para anunciar la convocatoria de un congreso que
representaría a toda Venezuela, con delegados elegidos en cada
provincia entre varones de más de 21 años, que tuvieran algún
título de propiedad” (5).
Reunido el Congreso de Angostura, ante escasos 26 delegados de
las provincias y representantes de los gobiernos inglés y norteamericano,
Bolívar entonces pronunció su famoso “discurso de Angostura”,
planteando el tema de la identidad sudamericana: “… Tenemos que
aceptar el hecho de que nuestra raza no es europea ni norteamericana;
es más bien una combinación de África y América que un vástago de
Europa, porque la misma España deja de ser europea por su sangre
africana, sus instituciones y su carácter. Es imposible determinar con
exactitud a qué familia humana pertenecemos. La mayor parte de la
sangre indígena ha sido barrida; el europeo se ha mezclado con el
americano y el africano; éste con el indio y el europeo. Aunque todos
nosotros hemos nacido del seno de la misma madre, nuestros padres
–distintos en origen y sangre– son extranjeros; y todos difieren visiblemente
en color…”.
Con este discurso avanzó también en la forma de gobierno que él
consideraba más apta para Sudamérica: “… Tenemos que clavar nuestra
atención en esas diferencias y nos encontraremos con que ese equilibrio
de poder tiene que ser distribuido de dos maneras. En las
repúblicas, el ejecutivo tiene que ser más fuerte porque todo conspira
contra él; en las monarquías, el legislativo tiene que ser más fuerte
porque todo conspira a favor del monarca…”.
Por todas estas razones, Bolívar alegó a favor de una forma autoritaria
de gobierno, y continuó con su vieja idea de la unión de Venezuela
y Nueva Granada. Sin embargo, la constitución que propuso
tenía algunas ideas avanzadas para la época, como la libertad civil y
religiosa, la abolición de la esclavitud (se lo había prometido a Alexander
Pétion, presidente de Haití) y el sufragio universal (aunque
calificado según las propiedades y las rentas). La presidencia sería
vitalicia, el senado hereditario y una cámara baja elegida por el voto,
además de una corte suprema de justicia de cinco miembros –copiada
de los Estados Unidos– y un tribunal constitucional, que cumplirían la
función de limitar en cierto modo el poder totalitario.
Finalmente, el Congreso de Angostura rechazó el tribunal constitucional,
el senado hereditario y en lugar de presidencia perpetua,
impuso un período de cuatro años para el ejecutivo.
En compensación, nombró presidente al propio Libertador, quien
en verdad dominaba una pequeña porción de Venezuela.
En un banquete que ofreció a los delegados y a los representantes
extranjeros, Bolívar mostró esa noche todo su carisma y se subió a la
mesa, mientras caminaba y decía: “Así como me paseo por la mesa de
una punta a otra, marcharé del Atlántico al Pacífico, de Panamá al
Cabo de Hornos, hasta que España haya sido expulsada”.
En nombre del Congreso, Francisco Antonio Zea justificó la ratificación
de la bandera de Francisco de Miranda (ver capítulo de Venezuela)
como enseña patria: “Nuestro pabellón nacional, símbolo de las
libertades públicas, de la América redimida, debe tener tres franjas de
distintos colores: sea la primera amarilla, para significar a los pueblos
que queremos y amamos la federación; la segunda azul, color de los
mares, para demostrar a los déspotas de España, que nos separa de su
yugo ominoso la inmensidad del océano; y la tercera roja, con el fin
de hacerles entender a los tiranos que antes de aceptar la esclavitud
que nos han impuesto por tres siglos, queremos ahogarlos en nuestra
propia sangre, jurándoles guerra y muerte en nombre de la humanidad”.
Esta fue la consolidación definitiva de los tres colores de Miranda,
que algunos historiadores atribuyen a los colores primarios del
arco iris; otros a los colores de la bandera española con el azul del mar
en el medio; otros al escudo de armas que los Reyes Católicos le dieron
a Cristóbal Colón, y que tenía los fondos de los cuarteles (las cuatro
partes en que se divide) de estos colores; y por último, están los
que asignan el origen a una bandera rusa usada por Miranda en su primer
intento revolucionario (ver capítulo de Venezuela).
Un cambio de frente temerario
Para mayo comenzó la época de las lluvias en la zona de Los Llanos,
que por ser terrenos duros que no absorben el agua, se inundan
totalmente. Por consiguiente, en esa época se suspendían los enfrentamientos.
Además, durante ese 1819, la guerra parecía empantanada
en un eterno empate, los patriotas no podían penetrar las altiplanicies
venezolanas que dominaba el enemigo, y los realistas no lograban
hacer pie en Los Llanos venezolanos.
Fue en ese momento que la lucha por la independencia del norte
de Sudamérica hizo un click, porque Bolívar abandonó su obsesión de
recuperar Caracas y encaró un plan para cruzar la Cordillera Oriental,
aparecer por sorpresa en Nueva Granada y caerles a los realistas que
tenían allí mínimas guarniciones, confiados en que la guerra proseguiría
su curso del otro lado.
Además, Francisco de Paula Santander se encontraba en la zona
de Casanare, en Nueva Granada, y en una carta le había escrito al
Libertador: “Casanare es digno de libertad pues la ha comprado a bien
caro precio (…) ahora la obra es organizar un ejército fuerte y disciplinado
y marchar a Sogamoso”.
Inmediatamente Bolívar respondió a Santander: “Doy a usted las
gracias por todos estos sucesos que son preliminares seguros de otros
más completos y decisivos”.
Ante el asombro y, por qué no decirlo, el pánico de sus oficiales,
Bolívar decidió entonces que cruzaría Los Llanos inundados y luego
atravesaría Los Andes para atacar a los españoles por sorpresa en
Nueva Granada.
Enterado de este plan, Santander alborozado le contestó a Bolívar:
“¡Gloria inmortal al protector de la Nueva Granada, al benemérito
hijo de la tierra de Colombia! (…) El proyecto de vuestra excelencia
es el proyecto que arrancará a Fernando el cetro de la parte de Amé-
rica que posee…”.
Luego de una semana de navegar por el Orinoco, con el agua
hasta el pecho, y de varios días de caminata entre sabanas por completo
inundadas, llegaron a la ciudad de Tame, donde en una cena que
le ofreció el pueblo, Bolívar levantó la copa y brindó diciendo: “Loor
a los bravos y abnegados granadinos. Loor al genio organizador del
general Santander que con su esfuerzo y su imaginación inagotables,
supo crear y organizar un ejército, el que unido al de nuestros hermanos
de Venezuela y al de los bravos ingleses que desinteresadamente
nos ayudan, nos dará indudablemente la satisfacción de la victoria y
de una patria unida y libre. Vuestro ejemplo es digno de todo encomio
pues fuisteis los primeros en levantaros contra la tiranía española.
Granadinos, ¡el día de la América ha llegado!”. Los “bravos ingleses”
a los que se refería Bolívar eran los de la Legión Albión, nombre por
el que los antiguos griegos y romanos se referían a Gran Bretaña. Fueron
en total unos 8.000 que llegaron principalmente de Inglaterra e
Irlanda para pelear por la independencia americana, con el tácito consentimiento
del gobierno del Reino Unido. Para cruzar la cordillera,
Bolívar tenía tres opciones; eligió el paso de Pisba, que era el más alto
(a 3.900 metros sobre el nivel del mar) pero el menos vigilado por los
españoles. La travesía comenzó el 17 de junio de 1819.
“Las tropas, que acababan de marchar con los pies enterrados
en el barro, tuvieron que ascender abruptas montañas entre riscos
escarpados (…) Sus hombres estaban acabados, desesperados.
Ya habían dado la orden de comerse a los caballos, por
temor a que se comieran unos a otros. El mismo Bolívar parecía
estar loco de remate. Usaba casco de dragón ruso, casaca
azul con botones dorados y charreteras rojas. En su lanza de
bambú, flameaba su estandarte: el cráneo y los huesos cruzados,
que llevaba escrito con sangre el lema ‘Libertad o Muerte’”
(6).
Al principio, el fresco de la montaña fue un alivio para el baño
turco que habían dejado atrás, pero poco a poco, ese fresco se fue
transformando en frío gélido, y la mayoría de los hombres iban mal
equipados o directamente desnudos. A todo esto, mientras se acercaban
a la parte más alta, se hacía presente también el apunamiento,
“soroche” o mal de altura, que provocaba mareos, dolores de cabeza
y hasta edemas pulmonares. El oxígeno era cada vez más escaso, igual
que la comida, y los movimientos cada vez más lentos.
El mismo Bolívar estuvo a punto de abandonar: “Es imposible
pintar la escabrosidad de las montañas a nadie que no las conozca.
Para dar una idea basta decir que hemos perdido casi todos los caballos
que transportaban nuestro arsenal y casi todo el ganado que tení-
amos de reserva. El rigor de la estación ha colaborado para hacer aun
más agotadora la marcha. Casi ningún día ni ninguna noche ha dejado
de llover”.
“Su” pueblo neogranadino
Por fin, luego de seis días de marcha forzada por despeñaderos y
precipicios, empezaron el descenso, pero más de 2.000 llaneros habí-
an muerto de frío y enfermedades, y quedaban en pie sólo 1.200 hombres,
que pronto fueron reforzados con 800 granadinos más.
“El 5 de julio empiezan a brotar patriotas del otro lado de la
cordillara. Salieron 1.200, más de 2.000 dejaron congelado el
pellejo en las nieves eternas (…) Permanecieron cinco días descongelándose
en Socha. Los pueblos enteros se les unían entusiasmados,
dispuestos a darse plomo por la causa patriota” (7).
Años más tarde, el mismo Bolívar escribió: “Apenas di los primeros
pasos a este lado de la cordillera (…) cuando oí resonar frente a mí
las bendiciones de hombres que esperaban mis armas con todo el
entusiasmo de la libertad”.
“Su jugada quedó justificada: las gentes de Nueva Granada, al
contrario de los nativos de Venezuela, estaban preparados para
ser libres. El pueblo de las altiplanicies venezolanas, tan castigado
por la guerra civil, se había vuelto contra los patriotas.
Para ellos, la paz bajo el yugo español era preferible a más
guerras, más desplazamientos, más crueldad por las dos partes.
En cambio, el pueblo de las altiplanicies de Nueva Granada no
estaba tan castigado por las luchas. Tunja había sido el centro
de la experiencia independentista anterior y estaba madura
para la insurrección. Bolívar era conocido como líder en Magdalena
y como comandante de los ejércitos de Tunja. A ese
lado de la cordillera, el harapiento ejército de Bolívar contaba
con el apoyo popular en cualquier sitio que pisara” (8).
Las primeras escaramuzas con los españoles se produjeron en el
valle bajo del Sogamoso, y el 25 de julio el general José María Barreiro
fue encerrando a Bolívar en el Pantano de Vargas, donde quedó
rodeado por el enemigo. Viéndose perdida por perdida, y luego de las
penurias que había atravesado en el viaje, la caballería colombiana
atacó con una fiereza inusitada para las circunstancias. Esa actitud
inesperada desorientó a los españoles, quienes aterrados, se dieron a
la fuga. Luego de la derrota, el general José María Barreiro informa122
ba al virrey Sámano: “Los enemigos están enteramente en cueros, de
modo que me asombro cómo pueden resistir los rigores de la estación;
por lo demás, puedo asegurar a Vuestra Excelencia que no son tan
despreciables y que se sostienen al fuego con bastante audacia”.
El 7 de agosto de 1819, Bolívar volvió a derrotar a Barreiro en
Boyacá, batalla que resultó definitiva para la independencia de
Colombia y que liberó el acceso a Bogotá. “Aquí gana una de sus más
brillantes batallas, y se le otorga el título de Gran General, que corre
por toda América” (9).
Enterado de la implacable derrota de Boyacá, el virrey Sámano
huyó hacia Cartagena, donde aún mantenían el poder los realistas, al
igual que en Popayán, Pasto, Caracas y toda la costa venezolana.
El 10 de agosto se produjo por fin la entrada triunfal de Bolívar en
la capital del virreinato.
“El Libertador entró formalmente en Santa Fe a la manera de un
héroe romano, a caballo, precedido por una comitiva de autoridades,
y saludado con lluvia de flores y coronas de laurel” (10).
Entonces, Bolívar decidió volver cuanto antes a Angostura, para
poner orden en su tropa y terminar con la liberación de Venezuela.
Para ello dejó a Santander al frente de Bogotá, ordenándole no tomar
represalias contra los españoles. Éste, lo primero que hizo, en desobediencia
abierta a Bolívar, fue fusilar a 38 realistas, entre los cuales
estaba Barreiro, el jefe militar derrotado en Pantano de Vargas y
Boyacá.
Durante varios días Bolívar cabalgó desde el alba hasta el anochecer
hasta llegar a los afluentes del Orinoco, desde donde continuó en
canoa. Recorrió sin descanso montañas, valles y ríos y llegó a Angostura
en sólo cinco semanas. Una vez allí, el 17 de diciembre de ese
1819 proclamó el nacimiento de la República de la Gran Colombia,
que abarcaba a Venezuela, Nueva Granada y Quito.
¡Viva la Pepa!
El marqués de La Puerta, comandante de las tropas españolas,
escribió a Madrid: “El sedicioso Bolívar ha ocupado Santa Fe y el
resultado funesto de esa batalla (se refería a Boyacá) ha puesto a su
disposición el reino entero y los inmensos recursos de este país muy
populoso, rico y exuberante, desde donde él papiñará cuanto necesite
para continuar la guerra en estas provincias, porque los insurgentes no
tienen reglas ni inhibiciones y este caudillo menos que ninguno. Este
desgraciado golpe pone en manos de los rebeldes, además de Nueva
Granada, muchos puertos de la costa sur, donde reunirán a sus piratas.
Popayán, Quito, Pasto y todo el interior del continente, hasta Perú,
están a merced de quien gobierne Santa Fe, a cuya disposición están
al mismo tiempo bancos, arsenales, fábricas de armas y todo cuanto el
rey posee en el virreinato”.
El propio Pablo Morillo también le escribía a Fernando VII:
“Nada puede compararse con la incansable actividad de ese líder. Su
temeridad y su talento lo hacen digno del lugar que ocupa a la cabeza
de la revolución y de la guerra. Y, por su noble linaje español y por su
educación –también española–, posee cualidades de elegancia y generosidad,
que lo sitúan muy por encima de quienes lo rodean. Él es la
revolución (…) Bolívar es un alma indomable a quien una sola victoria,
por insignificante que sea, basta para hacerlo dueño de cientos de
leguas de territorio”.
Ante este panorama que le presentaban desde el norte de Sudamérica,
el rey Fernando VII decidió enviar otra gran expedición,
esta vez a bordo de 47 barcos de guerra, 100 cañones, 20.000 soldados
de infantería y 3.000 de caballería. Era un verdadero alarde
de prepotencia bélica, parecida a cualquiera de las intervenciones
estadounidenses durante el siglo XX o principios del siglo XXI.
Pero el 1° de enero de 1820 en Las Cabezas de San Juan, entre
Sevilla y Cádiz se produjo un levantamiento militar contra Madrid,
liderado por quien debía comandar la expedición hacia tierras sudamericanas:
el teniente coronel Rafael Riego. En ese amotinamiento,
Riego anunciaba el restablecimiento de la constitución liberal de
1812, que el rey había abolido al ser repuesto en el trono.
Hay que recordar que mientras Fernando VII estaba preso de
Napoleón Bonaparte, entre 1808 y 1810, se fueron formando juntas
populares de gobierno en distintos puntos de España, que sirvieron de
ejemplo también a las juntas que se formaron en Sudamérica. La principal
de las juntas españolas era la de Sevilla, y la cuestión era permanecer
fiel a los Borbones.
Pero así como en Sudamérica la lealtad al rey se entremezclaba
con ideas mucho más ambiciosas, como las de libertad e independencia,
en España esa misma lealtad (verdadera o ficticia) se entremezclaba
con ideas avanzadas como el liberalismo y el
constitucionalismo, llegadas de Inglaterra. Fue así que en 1812, las
cortes de Cádiz sancionaron la primera constitución española, que
tuvo vigencia hasta el fin de la guerra de independencia española en
1814, cuando Fernando VII reasumió el trono y reinstaló el absolutismo
monárquico más férreo. A partir de ese momento, hasta se prohibió
la sola mención de la constitución, aunque los grupos y las ideas
liberales continuaron extendiéndose.
Fue durante esos años que se acuñó la expresión popular “¡Viva la
Pepa!” para decir “¡Viva la Constitución!”, porque ésta había sido
sancionada el 19 de marzo de 1812, día de San José, siendo que a los
José se les dice “Pepe”.
La cosa es que el pronunciamiento de Riego fue acogido con simpatía
por el Ejército y también por el pueblo español, por lo que el 9
de julio de 1820, Fernando VII juró obligado como rey constitucional,
dando inicio así al llamado “Trienio Liberal”, que duró hasta 1823,
cuando se reimplantó el absolutismo.
Durmiendo con el enemigo
Durante esos tres años, el rey debió cohabitar con un presidente
de gobierno (como actualmente) y las luchas internas y conspiraciones
se hicieron cada vez más marcadas, lo que sin dudas benefició a
las luchas independentistas de Bolívar en el norte de Sudamérica,
mientras que en el Cono Sur la independencia ya estaba afianzada.
En efecto, Fernando VII, en vez de enviar el gran contingente que
tenía planeado, envió una carta al general Pablo Morillo en la que le
ordenaba negociar con Bolívar intentando que se sometiera a la constitución
liberal española. Al recibir esas órdenes, Morillo montó en
cólera, pero obedeció como buen militar.
En un primer momento Bolívar rechazó cualquier posibilidad de
armisticio, pero el 26 de noviembre de 1820 en Trujillo, quedó impresionado
por el odio y el rencor de la población civil, víctima de la
crueldad de ambos bandos en más de siete años de guerra. Allí mismo
donde él había declarado en 1812 la “Guerra a Muerte” (ver capítulo
de Venezuela), ahora intentaba humanizar la contienda.
El encuentro entre Morillo y Bolívar se produjo en Santa Ana.
“Morillo apareció con un espléndido uniforme, acompañado
por un regimiento de húsares (…) Bolívar llegó vestido con tan
poca elegancia para expresar su desprecio por la autoridad
española y, a la vez, para demostrar la sencillez de quienes
ostentan auténtica grandeza” (11).
Luego de las deliberaciones y la firma del tratado, todo terminó
con un banquete presidido por los dos comandantes, y compartido por
la oficialidad tanto de los realistas como de los patriotas.
“Al final, cuando todos estaban ya completamente bebidos,
los generales ordenaron brindar a la salud de ambos al
mismo tiempo y, de acuerdo con la costumbre, hicieron trizas
las copas en la mesa, a la cual los dos subieron para volver
a abrazarse. Por desgracia, sus movimientos eran
bastante torpes y, en una suerte de pas de deux que bailaron
encima de la mesa cuando acabaron de abrazarse, la mesa
cedió, los dos cayeron al suelo y rodaron unos instantes
hasta que, todavía abrazados, con mucha vehemencia, los
recogieron. Los jefes fueron conducidos a una alcoba, durmieron
en la misma habitación y todos se retiraron hasta la
mañana siguiente” (12).
Dos semanas después Morillo embarcaba en La Guaira rumbo a
España, pues sabía que la causa realista estaba por completo perdida.
Luego fue reemplazado por el mariscal Miguel de la Torre, pero mientras
tanto, la tregua les dio la posibilidad a los patriotas de reorganizarse
y reclutar más tropa, mientras que los españoles no podían
recibir más refuerzos de la metrópolis.
En palabras del propio Bolívar: “Fue la excusa para tener tiempo
de regularizar la guerra y se aprobó exactamente lo que yo había escrito.
Era un tratado sensato, humano y político, que puso fin a esa
espantosa carnicería de asesinar a los conquistados, de no dar cuartel
a los prisioneros de guerra. Una barbarie española que los patriotas se
vieron obligados a adoptar como represalia, haciendo retroceder a la
civilización, convirtiendo el suelo de Colombia en morada de caníbales,
empapándolo de sangre inocente, hasta conseguir que toda la
humanidad se estremeciera. Fue una ventaja para nosotros, fatal para
los españoles. Sus fuerzas sólo podían disminuir, las mías aumentar y
organizarse”.
La estocada final
La tregua duró hasta el 28 de abril de 1821, cuando Maracaibo,
uno de los más férreos reductos realistas, se rebeló contra la autoridad
española. Bolívar decidió entonces que era la hora de rematar la tarea
y entró en acción con sus ahora disciplinados lugartenientes, los mismos
que años atrás habían conspirado entre ellos, unos contra otros, y
hasta en contra del Libertador. Bermúdez, Urdaneta y Mariño cerraron
el cerco sobre Maracaibo, Caracas y Puerto Cabello. Hasta el propio
José Antonio Páez, “el León de Apure”, antes tan reacio a enviar
sus llaneros a las altiplanicies, ahora se animó y se reunió con Bolívar
el 7 de junio cerca del lago de Valencia. Luego tomaron posiciones en
San Carlos, en las planicies de Carabobo; el 24 de junio se desató la
batalla conocida con ese nombre y que significó la estocada final para
los realistas y la consolidación de la independencia de la Gran Colombia.
Páez fue el héroe de la batalla de Carabobo. Fue en el mismo
campo que Bolívar lo ascendió a general en jefe y le entregó el control
de la región central de Venezuela.
El 28 de junio de 1821, Bolívar volvió a entrar a Caracas victorioso,
ocho años después de su primera vez –luego de la “Campaña
Admirable” – y siete años después de haberla abandonado derrotado.
Había cambiado tanto después de casi 10 años de luchas, que
demostrando una desconocida misericordia, entregó salvoconductos a
sus derrotados y prohibió a sus oficiales tomar represalias.
El Congreso se trasladó de Angostura a Cúcuta, y el 30 de agosto
de 1821 decretó una constitución para la Gran Colombia, en la que se
establecía una forma republicana de gobierno y se elegía a Bolívar
como su primer presidente, con dos vicepresidentes: Páez en Venezuela
y Santander en Nueva Granada.
También se ratificó la bandera tricolor, con tres franjas horizontales
de distinto ancho: la superior más ancha y amarilla, la del centro
menos ancha y azul, y la inferior, menos ancha aún y de color
rojo.
Por otra parte, en Panamá estalló una revolución contra los
españoles y los patriotas decidieron unirse a la Gran Colombia
como departamento del Itsmo. Había que mirar hacia el sur entonces
y hacia allá partieron: Antonio José Sucre primero y Bolívar
después.
Un fracaso tras otro
Pasaron los años y mientras Bolívar estaba en Perú, empezaron a
profundizarse los movimientos separatistas, sobre todo en Venezuela,
donde gobernaba José Antonio Páez.
En abril de 1826, el congreso de la Gran Colombia decidió destituir
a Páez. Sin embargo, días más tarde estalló una rebelión llamada
la Cosiata, nombre que provenía de “cosa esa”, que era el modo despectivo
con que los detractores de Bolívar calificaban a la Gran
Colombia. El Libertador tuvo que viajar especialmente desde Perú
para poner orden en la provincia rebelde, y una vez allí, confirmó en
el poder a Páez.
Luego convocó al Congreso Anfictriónico de Panamá, que se reunió
entre el 22 de junio y el 5 de julio de 1826 y contó con la participación
de la Gran Colombia, México, Perú, Bolivia y Guatemala.
Gran Bretaña y los Países Bajos enviaron observadores, no así Estados
Unidos, aunque había sido invitado.
En dicho Congreso se acordó un tratado perpetuo de unión y confederación,
la creación de un ejército inter-americano para la defensa
común y la convocatoria al Congreso cada dos años, al que se podrí-
an sumar otros países si lo deseaban.
Sin embargo, Estados Unidos no estaba dispuesto a permitir que se
consolidara un sistema de Estados federados en Sudamérica, a su imagen
y semejanza, de modo que además de boicotear ese proyecto con
todos los métodos a su alcance, fogoneó las divisiones y competencias
entre los países. El resultado fue que los acuerdos sólo fueron ratificados
por la Gran Colombia y no tuvieron ninguna consecuencia efectiva.
Luego del fracaso del Congreso de Panamá, se profundizaron las
diferencias entre Bolívar, que seguía pensando en su proyecto de
Patria Grande, y Francisco de Paula Santander, que prefería consolidar
la construcción de la Nueva Granada. Además, Bolívar era profundamente
centralista y Santander por igual federalista.
Así se llegó a la Convención de Ocaña, asamblea constituyente
reunida el 9 de abril de 1828, que tenía como objetivo la reforma de
la Constitución de Cúcuta y el restablecimiento de la concordia nacional.
Desde el primer momento, los delegados se dividieron en tres
fracciones: la primera dirigida por Santander, que defendía una concepción
federalista del gobierno; la segunda, capitaneada por Bolívar,
abogaba por un gobierno fuerte y vitalicio; y por último, una tercera,
la de los independientes.
La Convención fracasó porque ninguna de las propuestas para una
nueva constitución fue aceptada, y ante la imposibilidad de llegar a un
consenso, los partidarios de Bolívar se retiraron, dejándola sin quó-
rum para seguir sesionando.
El 24 de junio de 1828 Bolívar suprimió el cargo de vicepresidente
para eliminar a su adversario político, y desde ese momento gobernó
por decreto, instaurando una dictadura. Ese día, Bolívar dijo en la
plaza mayor de Santa Fe de Bogotá: “No os diré nada de libertad,
compadezcámonos del pueblo que obedece y del hombre que gobierna
solo”.
“Hubo aumento en el pie de fuerza, mordaza a la prensa y rondas
militares, y mientras la bota resonaba en lo alto de los
cerros, una pútrida infamia se gestaba en la Sociedad Ideológica,
sórdida logia donde se conspiraba contra la existencia del
Libertador Bolívar” (13).
Pero la reacción a la dictadura también fue dura, siendo que Bolí-
var ya no era el incuestionable Libertador. El poeta Luis Vargas Tejada
llegó a escribir:
“Si de Bolívar la letra con que empieza y aquella con que
acaba le quitamos, oliva de la paz símbolo hallamos. Esto
quiere decir que la cabeza al tirano y los pies cortar debemos,
si es que una paz durable apetecemos”.
Este estado de cosas duró hasta que el 25 de setiembre de ese
1828, manos anónimas –que los rumores vincularon con Santander–
intentaron asesinarlo en pleno palacio San Carlos. Bolívar, que estaba
en su alcoba con Manuelita, su compañera quiteña, escapó por la ventana
y salvó la piel.
“Aterido hasta el cuello por las aguas heladas del río San
Agustín, el Libertador, con su fiel (mayordomo) José Palacios,
esperaron el alba bajo el puente de El Carmen (…) A las cuatro
de la mañana del día siguiente lo sacaron engarrotado de su
escondite y una escolta lo condujo hasta el cuartel donde se
puso el uniforme refulgente con el que oyó en la plaza los vítores
jubilosos de sus tropas” (14).
En ese momento, Bolívar convocó al Congreso para anunciar su
renuncia a la Presidencia y el indulto a los conspiradores. Pero no le
aceptaron ni una ni otra cosa, y Urdaneta mandó a fusilar a todos los
acusados por el fallido atentado, incluido Francisco de Paula Santander.
Sin embargo, Bolívar le conmutó la pena de muerte por la del exilio,
así que Santander se marchó a Europa y luego a Estados Unidos,
desde donde volvería en 1832 para ser presidente de la nueva Repú-
blica de Nueva Granada.
El dolor de ya no ser
Fueron años duros para Bolívar; a los 45 años su gloria estaba gastada
y su salud agotada. En ese mismo 1828 sobrevino una serie de
sublevaciones y seguidamente la guerra contra el Perú (ver capítulo
de Ecuador).
El 15 de enero de 1830 hizo su última entrada en Bogotá, ya sin
el lujo ni la magnificencia de épocas pasadas.
“… A su corazón despedazado por los mandobles del desencanto
se le sumó una tos de tísico por tantas horas bajo el puente
de El Carmen (…) Lo que llegaba era un cadáver, tisis en el
alma y tisis en el cuerpo” (15).
“El Libertador asistirá horrorizado a la insurrección de los apetitos
personales, a la rebelión localista de los pueblos, al desenfreno
de militares hechos a prisa y de intelectuales con
proyectos fantasiosos (…) Venezuela, la más querida en sus
sueños de libertad, se niega a aceptar la idea nacional de la
Gran Colombia, rompiendo los lazos con Nueva Granada.
Conspiraciones, motines, formación de juntas, acuerdos secesionistas…”
(16).
En realidad, las oligarquías, tanto caraqueña cuanto bogotana,
veían la Gran Colombia como una construcción política centralista de
Bolívar, contraria a sus privilegios locales. Así, eran apoyadas por los
generales venezolanos y neogranadinos, que querían dividirse entre
ellos el imperio liberado.
Quizá en esos momentos recordara Bolívar cuando en 1817,
soñando con dar sentido integral a la unidad continental, le escribió al
Director Supremo de las Provincias Unidas del Sur, Juan Martín de
Pueyrredón: “Es una idea grandiosa pretender formar de todo el
Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue las partes
entre sí y con el todo. Ya que tienen un mismo origen, una misma
lengua, unas mismas costumbres y una misma religión, deberían, por
consiguiente, tener un mismo gobierno, que confederase a los diferentes
Estados que hayan de formarse” (17).
Bolívar llamó entonces al que sería el último congreso de la Gran
Colombia, que se reunió el 20 de enero de 1830 en Bogotá y presidió
Antonio José de Sucre. Venezuela ya se había constituido en una repú-
blica independiente unos días antes –el 27 de diciembre de 1829– y
ese último esfuerzo del Congreso en Bogotá por mantener la unidad
de la Gran Colombia, fracasó definitivamente
Por su parte, Venezuela se dio una constitución, y el 24 de marzo
asumió José Antonio Páez como primer presidente del país. Ecuador
siguió el ejemplo de Venezuela y también abandonó la Gran Colombia
el 13 de mayo de 1830, declarando formalmente su independencia.
El gran sueño de Bolívar de la Patria Grande se esfumaba. Volvió
a renunciar a la Presidencia el 4 de mayo, esta vez de forma indeclinable,
dejando a Domingo Caycedo como presidente interino.
Bolívar ya sentía que no era querido ni reconocido, por eso vendió
su vajilla de plata y se dispuso a autoexiliarse en el extranjero.
Lo más triste de todo fue que en el camino hacia la costa caribeña,
cuando lo veían moribundo pero todavía vestido de general, la
gente se le burlaba y lo llamaba dictador o longanizo.
Mientras remontaba por última vez el río Magdalena, atrás iban
quedando los pueblos que 20 años antes lo habían visto pasar indomable,
limpiando realistas con su espada implacable. El gran Libertador
de América corría la misma suerte que San Martín, O´Higgins, Artigas
y tantos otros. Iba a tener que esperar hasta mucho después de
muerto para que la historia le asignara el lugar que le correspondía. En
ese momento era insultado y burlado en Nueva Granada, y proscrito
en Venezuela.
El 4 de junio, ya en Cartagena de Indias, le llegó A Bolívar la noticia
de la muerte de su lugarteniente Sucre –gran mariscal de la batalla
de Ayacucho, primer presidente de Bolivia y compañero de tantas
campañas–, ocurrida en una emboscada tendida en la montaña de
Berruecos, en el suroeste de la actual Colombia.
“Hemos arado en la arena”, dijo Bolívar presintiendo que la muerte
de Sucre era el preanuncio de la suya.
Lo llevaron a una hacienda en Santa Marta –curiosamente lo que
había sido uno de los últimos bastiones realistas– y allí, el 8 de
diciembre de 1830, el doctor Reverend escribió en su parte médico:
“La calentura le dio con más fuerza, le entró también el hipo con más
tesón, disimulaba sus padecimientos, pues estando solo daba algunos
quejidos”.
Al día siguiente, en un momento de lucidez, les dijo a los pocos
oficiales fieles que rodeaban su lecho de muerte: “Colombianos,
habéis presenciado mis esfuerzos por plantar la libertad donde reinaba
antes la tiranía (…) Al desaparecer de entre vosotros, no aspiro a
otra gloria que la consolidación de Colombia (…) Colombianos, mis
últimos votos son por la felicidad de la patria, si mi muerte contribuye
para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo
al sepulcro”.
El 17 de diciembre, el doctor Reverend pegó en la puerta de su
habitación el parte médico número 33: “Todos los síntomas han señalado
la proximidad de la muerte, respiración anhelosa, pulso apenas
sensible (…) A las 12 empezó el ronquido y a la una en punto expiró
el Libertador”.
La República de Nueva Granada
Muerto Bolívar y con Venezuela y Ecuador dándole la espalda, la
Gran Colombia también se fue marchitando poco a poco.El 29 de
febrero de 1832 hubo una Convención Nacional que estuvo conformada
por las provincias de Bogotá, Tunja, Socorro, Vélez, Pamplona,
Magdalena, Cartagena, Antioquia, Neiva, Popayán, Pasto, Barbacoas,
Panamá y Veraguas. Estas últimas dos provincias, sobre el Itsmo, continuaron
ligadas al resto de lo que había sido el Virreinato de Nueva
Granada, hasta 1903, cuando se declararon independientes de Colombia.
El 9 de marzo de ese mismo año, la Convención Nacional eligió
presidente de la República de Nueva Granada a Francisco de Paula
Santander, quien había sido desterrado tras habérsele seguido juicio,
acusado de participar en el atentado contra Simón Bolívar el 25 de
septiembre de 1828. Regresó desde Nueva York y asumió el 7 de octubre,
iniciando el período llamado centralista. Su periodo (1832-1837)
se caracterizó por tratar de borrar todo lo que había hecho en materia
política y administrativa Bolívar, persiguiendo a sus seguidores. Sin
embargo, por otro lado, puso orden en la economía, consolidó con
Venezuela y Ecuador la deuda de la Gran Colombia y, en términos
generales, hizo un gobierno progresista.
El 9 de mayo de 1834, el presidente Santander, mediante ley,
reformó la bandera y cambió las franjas horizontales por verticales. El
artículo sexto de la ley tercera decía: “Los colores nacionales de la
Nueva Granada serán el rojo, azul y amarillo; estarán distribuidos en
el pabellón en tres divisiones verticales de igual magnitud: la más
inmediata al asta roja, la división central azul y la de la extremidad
amarilla”.
En 1858 se sancionó una nueva constitución que convirtió a la
República de Nueva Granada en Confederación Granadina, con
mayor autonomía para las provincias, concluyendo así la etapa centralista
e iniciando la federalista. En 1863 se adoptó el nombre de Estados
Unidos de Colombia, y el 26 de noviembre de ese año se volvió
a reformar la bandera, volviendo de las franjas verticales a las horizontales.
Por decreto del presidente Tomás Cipriano de Mosquera, se
establecía: “Los colores del pabellón nacional de los Estados Unidos
de Colombia son: amarillo, azul y rojo, distribuidos en fajas horizontales
y ocupando el color amarillo la mitad del pabellón nacional, en
su parte superior, y los otros dos colores la otra mitad, divididos en
fajas iguales, el azul en el centro y el rojo en la parte inferior”.
Desde entonces, la bandera colombiana no ha tenido casi modificaciones.
Lo que sí volvería a modificarse, sería el nombre del país, que en
1886 se constituyó definitivamente, hasta nuestros días, en República
de Colombia.
Violencia y civismo
Desde el nacimiento de la República de Nueva Granada, todo el
siglo XIX se enmarcó en una sucesión de enfrentamientos entre bolivarianos
y santanderistas, centralistas y federalistas, liberales y conservadores,
artesanos y librecambistas, clericales y laicos, que dieron
lugar a una serie de conflictos civiles.
Colombia lleva más de 200 años de conflictos internos y externos,
declarados y no declarados. Sin embargo, lo sorprendente es que conserva
un sentimiento cívico muy arraigado para los estándares sudamericanos,
y que la vida civil no se ha interrumpido tanto como en otros
países. El último caudillo militar que gobernó Colombia fue Gabriel
París Gordillo, quien derrocó a Gustavo Rojas Pinilla mediante un
golpe de Estado en 1957 y gobernó fugazmente hasta 1958. Desde ese
momento hasta la actualidad, Colombia se mantuvo al margen de las
frecuentes y generalizadas dictaduras militares sudamericanas.
No obstante, eso no significa que se haya mantenido al margen de
la política estadounidense de Seguridad Nacional, destinada a combatir
a la izquierda latinoamericana mediante el terrorismo de Estado
indiscriminado. De hecho, Colombia ha sido –y es– el país de Sudamérica
donde este fenómeno es más cruento, dada la estrecha colaboración
entre el Ejército colombiano y el de los Estados Unidos, que
ha potenciado como contrapartida, la consolidación de la guerrilla
más importante del continente: las Fuerzas Armadas Revolucionarias
de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN).
A diferencia del ex presidente Andrés Pastrana, que encaró una
política de paz basada en negociaciones que a su vez se basaban en
reconocer a la guerrilla como “oposición en armas”, el presidente que
lo sucedió, Álvaro Uribe, no tiene una política de paz sino una que
potencia a máximos niveles la confrontación. En su programa de
gobierno denominado “Manifiesto Democrático, la Colombia que yo
quiero”, Uribe sigue al pie de la letra el discurso de Washington y
dice: “Hoy violencia política y terrorismo son idénticos. Cualquier
acto de violencia por razones políticas o ideológicas es terrorismo”.
Sobre esto, puede considerarse:
“De la posición de Uribe se derivan varias consecuencias. La
primera de ellas es que no se puede hablar de partes en el conflicto,
de actores del conflicto. Se trata (para él) de la lucha del
Estado contra organizaciones de delincuentes. La segunda es
que no puede haber neutralidad de ningún sector, se está del
lado del Estado o se está del lado de ‘los delincuentes y terroristas’.
Finalmente, no cabe la distinción entre combatientes y
población no combatiente, como claramente sostuvo el presidente
ante las ONGs de derechos humanos e iniciativas de paz
que se reunieron con él en junio de 2003. Por eso la exigencia
de que la población toda se comprometa con el Estado y sus
fuerzas armadas en la lucha contra ‘el terrorismo’ (obligando a
los ciudadanos a hacer las veces de informantes). Desconocer
la distinción entre combatientes y no combatientes es eliminar
de cuajo la base sobre la que se sustenta la aplicación del dere134
cho internacional humanitario, y en particular sus normas de
protección a la población no combatiente” (18).
De esa falta de distinción entre combatientes y no combatientes
surge una de las más grandes violaciones a los derechos humanos por
parte del Estado colombiano, y su transformación en el principal peligro
para la población civil. Como dice el sociólogo alemán Heinz
Dieterich Steffan:
“… el Plan Colombia (…) no se dirige primordialmente contra
los destacamentos armados del movimiento popular, porque
estos son difíciles de encontrar y de destruir, sino contra su
base social. Según el famoso dictum de Mao Tse Tung, de que
el guerrillero tiene que moverse entre la población como el pez
en el agua, la manera de combatir a un movimiento guerrillero
es quitarle al pez el agua, es decir, quitarle al guerrillero su
base social. Y ante las injusticias, la pobreza y la corrupción de
los regímenes tercermundistas, la única manera de lograr este
objetivo es con el terrorismo de Estado” (19).
El Plan Colombia tiene un presupuesto de 7 millones y medio de
dólares, de los cuales 4 millones y medio son aportados por el Estado
colombiano, 1.300.000 por Estados Unidos y el resto por la Unión
Europea. En ese plan eufemísticamente llamado “contrainsurgente”
confluyen el Ejército colombiano, su par Estados Unidos y los paramilitares
de derecha.
En los últimos años, Estados Unidos ha puesto de moda el término
terrorismo, usándolo en forma indiscriminada y atribuyéndoselo a
cualquiera que ejerza el más mínimo esbozo de resistencia a su discurso
único. Pero es curioso cómo, mientras las FARC ocupan un
lugar destacado en la lista negra del Departamento de Estado, los
paramilitares no. El periódico bogotano “El Tiempo”, en su edición
del 1° de mayo de 1999, aporta una prueba importante en develar la
complicidad de los escuadrones de la muerte colombianos con los
Estados Unidos. Allí, Phil Chicola, jefe de la Oficina de Asuntos
Andinos del Departamento de Estado de Estados Unidos, afirma que
aunque los paramilitares colombianos son considerados como grupos
terroristas por el Departamento de Estado, no están incluidos formalmente
en la lista de grupos terroristas internacionales del gobierno
estadounidense. El argumento es que “según la ley de los Estados
Unidos, esos grupos deben cometer acciones que van en contra de los
intereses nacionales de los Estados Unidos para poderlos incluir formalmente
en la lista”. Más claro imposible: al imperio no le interesa
en absoluto la población colombiana sino su propio interés.
Como resultado de todo esto, Colombia es hoy uno de los países
más violentos del mundo, fuera de los que sufren guerras convencionales.
Según datos de 2003:
“El país atraviesa por una grave crisis humanitaria que se
manifiesta en los 2.900.000 desplazados, los 3.500 secuestros
anuales, las dos desapariciones forzadas por día y los 8.000
homicidios anuales por causas político-sociales. Junto con
esto, tiene una de las más altas tasas de criminalidad en el
mundo, un poco más de 60 homicidios por cada 100.000 habitantes,
y en los últimos años pasó por un proceso de desinstitucionalización.
El Estado se ha revelado incapaz de cumplir
adecuadamente con dos de sus funciones básicas: justicia y
seguridad. La complejidad de la situación colombiana ha dado
origen en los medios académicos a una nueva categoría,
‘colombianización’, con la cual se pretende, como lo señala
Eduardo Pizarro, describir una situación en la cual la presencia
de múltiples formas de violencia y la incapacidad del Estado
para garantizar un mínimo de orden y seguridad derivan en
un acentuado proceso de erosión institucional” (20).
Hasta Bolívar dio marcha atrás con su política de “Guerra a Muerte”
y tuvo más de una vez renunciamientos en pos de la paz, sin renunciar
a sus convicciones libertarias, tanto en lo nacional como en lo
social.
En las antípodas de ese ejemplo, Uribe dijo durante su campaña
proselitista en 2002: “Con más policías y más soldados nuestra fuerza
pública sufrirá menos bajas, será más respetada y el pueblo vivirá
más tranquilo (…) En la Gobernación de Antioquia fui el primer policía
del departamento, en la Presidencia seré el primer soldado de la
Nación”.
El colorario es que la bandera de Colombia está cada vez más
manchada con la sangre de su pueblo.
Bibliografía
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2002, pp. 158 y 159.
2- Op. cit., p. 159.
3- Op. cit., pp. 167 y 168.
4- Op. cit., p. 171.
5- Op. cit., p. 185.
6- Op. cit., p. 194.
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Áncora editores, Bogotá, 1998, p. 82.
8- Ibíd., Harvey, 2002, p. 197.
9- Sabsay Fernando, Protagonistas de América Latina, Editorial
El Ateneo, Buenos Aires, 1998, p. 185.
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Planeta, Buenos Aires, 1998, p. 119.
11- Ibíd., Harvey, 2002, p. 204.
12- Op. cit., p. 204.
13- Ibíd., Torres, 1998, p. 127.
14- Op. cit., pp. 128 y 129.
15- Op. cit., pp. 130 y 131.
16- Ibíd., Sabsay, 1998, p. 187.
17- “Revista América Libre”, número ocho, Ediciones Liberarte,
Buenos Aires, 1995, p. 99.
18- Zuloaga Nieto Jaime, “Colombia: entre la democracia y el
autoritarismo”, en Movimientos sociales y conflicto en América Latina,
compilado por José Seoane, Clacso, Buenos Aires, 2003, p. 153.
19- Dieterich Heinz, La cuarta vía al poder, Venezuela, Colombia
y Ecuador, Editorial 21, Buenos Aires, 2000,, p. 18.
20- Ibíd., Zuloaga, 2003, pp. 143 y 144.