La educación y la revolución de las mujeres
La educación y la revolución de las mujeres
“Compañeras, os necesitamos para una verdadera liberación de todos nosotros. Sé que siempre hallaréis la fuerza y el tiempo necesarios para ayudarnos a salvar nuestra sociedad.
Compañeras, no habrá revolución social verdadera hasta que la mujer se libere. Que mis ojos no tengan que ver nunca una sociedad donde se mantiene en silencio a la mitad del pueblo. Oigo el estruendo de este silencio de las mujeres, presiento el fragor de su borrasca, siento la furia de su rebelión. Tengo esperanza en la irrupción fecunda de la revolución, a la que ellas aportarán la fuerza y la rigurosa justicia salidas de sus entrañas de oprimidas.
Compañeras, adelante por la conquista del futuro. El futuro es revolucionario. El futuro pertenece a los que luchan.
¡Patria o muerte, venceremos!”
Este es un fragmento de un discurso de Thomas Sankara, presidente de Burkina Faso, ante cientos de mujeres el 8 de marzo de 1987. Siete meses más tarde sería asesinado por atreverse a encarar una revolución profunda en la ex colonia francesa de Alto Volga, y querer extenderla a toda África. Era conocido como “El Che africano” y en aquel discurso hizo un extenso análisis sobre los distintos sistemas económicos, de producción y sociales, a través de la historia. Y como siempre, la mujer ha sido oprimida por el hombre y por el sistema. Mucho más en esa zona del África Occidental.
Hoy, algunas de las cosas que decía Thomas Sankara se están haciendo realidad en la experiencia revolucionaria de Rojava, en el norte de Siria, donde el pueblo kurdo lleva adelante la llamada Revolución de las Mujeres. Allí, hombres y mujeres ponen en práctica el pensamiento teórico de Abdullah Ocallam, el líder del Partido de los Trabajadores del Kurdistán, preso en mazmorras del Estado genocida de Turquía desde hace casi 30 años. Las condiciones inhumanas de encierro no privaron a Ocallam de producir una valiosa teoría política en la que también retoma la idea de Sankara en cuanto a que la revolución será feminista o no será. Dicho de otra manera, no habrá una verdadera liberación de los pueblos hasta que no haya una verdadera liberación de las mujeres. Y para llegar a esa conclusión hace también él un repaso de la historia de la humanidad, en cinco tomos. Empieza contando que existió una sociedad humana más democrática e igualitaria, y matriarcal. Fue hasta el Neolítico, cuando éramos cazadores y recolectores y tomábamos de la naturaleza sólo lo que necesitábamos, en armonía con ella y con los y las otras. Pero con la invención del metal, surgió la agricultura. Dejamos el nomadismo y nos hicimos sedentarios, y los cultivos generaron excedentes de producción. No nos comíamos todo lo que cultivábamos y empezamos a cambiar lo que nos sobraba con el grupo o la tribu de al lado. Fue el antecedente lejano al capitalismo y a la especulación. Y, además, con el metal no sólo hicimos elementos de labranza, sino también armas para la guerra. Ahí fue cuando el hombre dio una especie de golpe de Estado contra la mujer y se apropió del poder. Desde ese momento, miles de años de opresión y sojuzgamiento femenino. Hoy, coinciden Sankara y Ocallam, el hombre trabajador, humillado por el patrón y por el sistema, llega a la casa y reproduce ese mismo sistema injusto y opresor con los más débiles y con sus más cercanos, su compañera y sus hijos e hijas. Por eso, la liberación de la mujer, la igualdad de géneros, no es sólo una cuestión de solidaridad sino una cuestión profundamente política. No es sólo una cuestión de justicia con ellas, sino también una condición indispensable para la liberación de nuestros pueblos en general, hombres y mujeres.
Hoy, en Rojava están aplicando el modelo del Confederalismo Democrático, donde las mujeres empoderadas participan de igual a igual en todos los ámbitos de la sociedad. Cada cargo es duplicado: un hombre y una mujer, desde el y la gobernadoras, el y la alcaldesa, hasta el y la periodista y el y la maestra. Además, allí trabajan y viven codo a codo y en armonía kurdos, armenios, turcos, sirios, y todos los pueblos del Medio Oriente. Se la conoce como La Revolución de las Mujeres porque las mujeres conforman un ejército paralelo al de los hombres y son ellas principalmente las que han logrado vencer a los mercenarios del Estado Islámico, armado en las sombras por Estados Unidos y Europa. No plantean romper la unidad territorial de Siria. No quieren crear un nuevo Estado porque dicen que no quieren reproducir esa herramienta de opresión de la modernidad capitalista. Prefieren esta forma de confederalismo democrático que se enseña ya en las escuelas, por maestras y maestros que entienden que una revolución se hace con fusiles, pero principalmente en las aulas, creando verdaderamente un nuevo sujeto histórico que va a cambiar el mundo: niñas y niños que están creciendo ya en otro mundo. Con dificultades. Con los ataques permanentes de Turquía y de un mundo viejo y decadente que se rehúsa a morir y dar paso a un nuevo mundo donde el feminismo y el ecologismo, la armonía con la tierra, garanticen la felicidad de los pueblos.
La felicidad de los pueblos. Ni más ni menos. Puede sonarles cursi o ingenuo a ustedes que leen estas líneas. Pero Juan José Castelli hablaba siempre de la felicidad del pueblo, igual que su primo Manuel Belgrano, el verdadero padre del aula, para mí. El que ya antes de la Revolución de Mayo estaba revolucionando el concepto de educación cuando desde su lugar en el Consulado de Buenos Aires incorporó a las niñas a las escuelas de artes y oficios. Es decir que la idea de igualdad de géneros en la educación es anterior a la Patria, gracias a Belgrano. A veces no sabemos bien hacia dónde ir, qué queremos, pero sí sabemos adónde no ir, lo que no queremos. Belgrano no sabía qué iba a pasar en 1810, ni en 1816, ni si esto iba a llamarse Argentina o de otra manera. Pero ya en 1803, 1804 estaba incluyendo a la mujer en la educación formal.
Setenta años más tarde, Nicolás Avellaneda decía: “La experiencia demuestra que la mujer es el mejor de los maestros, porque es más perseverante en la dedicación a la enseñanza, desde que no se le presentan como al hombre otras carreras para tentar su actividad o ambición”. Es decir, en lugar de lograr que también las mujeres puedan ser periodistas, obreras, soldada o presidente de la Nación, mejor que sigan siendo maestras. Total, la escuela es como una extensión de la casa, y ya las explotamos en la casa, sigámoslas explotando en la escuela. Y su amigo Domingo Faustino Sarmiento no sólo que abona esa idea de que las mujeres tienen que ser maestras y de que las maestras tienen que ser mujeres, sino que además, tienen que ser extranjeras, de Estados Unidos como las trajo, o de Europa, de la “civilización” y contra la barbarie.
Qué lejos del confederalismo democrático de las mujeres de Rojava. Qué lejos de la Revolución de las Mujeres, que llevará a la liberación de los pueblos en general. En estos pocos ejemplos que hemos mencionado (Thomas Sankara, Abdullah Ocallam, las mujeres de Rojava, Belgrano, Avellaneda y Sarmiento) vemos que la educación por sí misma no garantiza nada. Porque la educación es un acto político, y como tal, puede estar destinado a mantener un sistema de opresión, reproduciendo saberes enciclopédicos y ajenos. O bien puede ser un acto político de liberación, como quería Belgrano.
Quizá no sepamos siempre hacia donde ir. Pero tratemos de discernir hacia donde no ir.