La Chaya, el carnaval amoroso
Mariano Saravia
Miércoles de cenizas. Fin del carnaval.
Se mezclan varias sensaciones profundas: la tristeza porque falta un año para el próximo carnaval, pero también la reflexión y la alegría por lo vivido.
Este año, un año difícil, me deparó una sorpresa enorme: la invitación a vivir la Chaya, en Chilecito. Nunca la había vivido y nunca es tarde para descubrir las maravillas del mundo y de la vida.
Así que allá fui, por el puente que hizo Eduardo Fisicaro (gran fotógrafo y cineasta) y la invitación de Lito Luján, un emblema de Chilecito.
Llegamos el jueves y nos instalamos en el distrito La Puntilla, un barrio de Chilecito.
Un lugar de ensueño, nos recibió con una fina lluvia, como si fuera la mismísima Chaya, que, según la leyenda, es la lluvia, novia del Pujllay, que es el carnaval mismo.
Por eso la Chaya nunca es violenta, agresiva ni invasiva, sino amorosa como esa lluvia del jueves, el día en que Fisicaro presentaba en el mismo patio de la familia Luján el documental que hizo junto a Silvia Majul sobre el grandísimo Ramón Navarro, gloria del folclore riojano y argentino.
El viernes amaneció con un cielo diáfano que jugueteaba con los cerros, alguna nube, las callecitas… y algún choco.
Desayunamos en la casa de los Luján y empezó el movimiento. Ese día me tocaba a mí, así que a la mañana había que hacer algo de prensa, en la Radio de la Universidad Nacional de Chilecito.
Después, pelar y cortar cebolla para el guiso de lentejas del mediodía, porque iban cayendo invitados y no invitados. Así es la casa de los Luján, de puertas abiertas.
A la tarde, una charla sobre el desfinanciamiento de la cultura por parte del actual gobierno nacional.
Y a la noche, el espectáculo en el que mezclo la historia argentina con el fútbol y las camisetas.
Estuve acompañado por dos grandes músicos: Hernán Robles y Calfú Luján.
Y la sorpresa de amigos que llegaron desde Villa Unión, atravesando toda la Cuesta de Miranda, más de 100 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta. Sólo para estar un rato juntos, darnos un abrazo y regalarme dos tesoros: las camisetas de San Martín y de Villa Unión y del Club Atlético Facundo.
El sábado fue el plato fuerte. La Chaya de los Luján.
Desde temprano, a ayudar para armar todo, tablones, sillas, banderines, esperábamos 200 personas.
Se van armando las empanadas y los choris. Este año no hubo vaquillona como otros años, por motivos obvios.
Una gente divina, una fiesta del pueblo, un compartir cosas muy profundas.
Se chaya con harina, y es un gesto de ternura que uno no puede rechazar.
Y junto con artistas anónimos, cantoras como la Nadia Larcher y la Mery Murúa, cantores como Ramiro González, Juan Murúa, Hernán Robles, Martín Páez, Monchi Navarro, Joel Costas, Huayra Molina y tantos más.
Ah, el maestro de ceremonias, el mejor: Josho Saavedra.
Y los anfitriones: además del Lito Luján, su compañera Graciela y sus hijas Rocío, Juana, Jose, Nahuel y Calfú.
El momento cúlmine es el topamiento. Mujeres de un lado, hombres del otro lado, bajo un arco de tacuaras. Empieza el contrapunto de coplas y se van respondiendo con picardía. Esta vez, las comadritas les ganaron por goleada a los compadritos. Y luego terminan «topándose», y todos saltando y tirando harina.
Y el domingo es el entierro del Pujllay, con la viuda que lo llora.
El Pujllay es el carnaval, enamorado de la Chaya.
Habrá que esperar un año hasta que vuelva a sus andanzas.
Y nosotros con la Chaya.