Día de lucha y reflexión
Hace unos años visité Chicago. Y mi principal interés era conocer Haymarket, la plaza donde se produjeron las protestas y los disturbios de aquel 1º de mayo de 1886, hace exactamente 131 años.
Chicago es una ciudad de contrastes, como Córdoba, que deambula entre la Reforma del ’18 y la “Revolución” “Fusiladora”, entre el Cordobazo y el Comando Libertadores de América, entre los estudiantes y los obreros por un lado y la Sagrada Familia y la Docta por el otro.
Chicago también es así, por un lado es donde nació el 1º de mayo como Día de los Trabajadores y por otro lado es la cuna del neoliberalismo de Milton Freedman, llamada justamente la Escuela de Chicago. Es un centro industrial y por ende obrero y sindical, y por otro lado la capital del Estado de Illinois, núcleo de la agroindustria y sede de la timba financiera que no se limita con los alimentos y también especula con el hambre mundial mediante los mercados a término.
Yo quería ir a Haymarket, el lugar donde se produjeron las grandes manifestaciones de 1886 que terminaron con tremendas represiones, el encarcelamiento de ocho dirigentes sindicales y la condena a muerte de cinco de ellos: los “mártires de Chicago”. Sin embargo, nadie me supo decir cómo hacer para llegar hasta el lugar, como si el tiempo se hubiera devorado esa parte de la historia. De hecho, Estados Unidos es uno de los pocos países del mundo que no celebra el 1º de mayo como el Día de los Trabajadores.
Finalmente descubrí dónde queda ese lugar emblemático, a sólo 15 cuadras de Millennium Park, cruzando el Brazo Sur del Río Chicago. En una cuadra de edificios de oficinas, frente a una playa de estacionamiento, lo único que hay es un pequeño monumento que evoca aquella gesta histórica para el movimiento obrero mundial, cuando los trabajadores organizados pedían por una jornada de ocho horas de trabajo y condiciones humanas en las fábricas. La respuesta del gobierno y la policía fue represión y muerte. Y luego una segunda muerte que es el olvido, quizá peor que la primera.
De hecho, estaba yo ahí sacando fotos y filmando y los que pasaban me miraban con cara de asombro, preguntándose seguramente “¿qué hace este loco?
Luego de un rato de estar ahí y respirar ese lugar, me dio un poco de hambre. Y en Estados Unidos, cuando uno tiene hambre y está en la calle, si no se puede o no se quiere gastar una fortuna, se cae en una hamburguesería. Y justamente había una en la esquina de Haymarket, por eso hacia allí fui.
Me atendió Samuel, un mexicano de 30 años oriundo de Oaxaca que estaba en Estados Unidos desde hacía 10 años. Me contó que trabajaba 12 horas por día y que ganaba 1.500 dólares por mes. En alquilar un departamentito de un ambiente se le iban 800 dólares, por eso con su compañera no podían ni pensar en tener un hijo.
Parece mentira, pero 128 años más tarde de los sucesos de Haymarket, cuando los sindicalistas y anarquistas manifestaban por ocho horas diarias de trabajo y condiciones dignas de vida…
Esto explica en parte el triunfo de Donald Trump en las últimas elecciones. Más allá de su misoginia y xenofobia, Trump supo interpretar las aspiraciones de la clase trabajadora estadounidense, cada vez más empobrecida en los últimos años, por una sucesión de gobiernos neoliberales, sobre todo desde Ronald Reagan en adelante. Prometió proteccionismo y dejar de lado la política económica de libre mercado. Es más, en los primeros días retiró a su país del Tratado Transpacífico, pero ahora está queriendo renegociar el NAFTA (Tratado de Libre Comercio de América del Norte). Y hasta ahora, no ha cumplido ninguna de sus promesas. El complejo tecnológico-financiero-militar-industrial sigue de parabienes, relamiéndose con nuevas y beneficiosas guerras, mientras que el laburante de Chicago y de las otras ciudades industriales sigue penando, entre la flexibilización laboral cada vez mayor y el desempleo. Hoy hay en Estados Unidos 50 millones de pobres y esta noche, 100 mil personas dormirán en la calle solo en el estado de Nueva York.
Sin embargo, la visita de Mauricio Macri significó buenas noticias. Para Estados Unidos, no para Argentina. Es que fue recibido casi en una incomprensible calidad de anfitrión por Paolo Rocca, dueño de Tenaris, la multinacional que absorbió a Techint. Y anunciaron juntos en Houston una nueva planta con una inversión de 1.800 millones de dólares y creando más de 600 puestos de trabajo. Mientras tanto, en Argentina Techint sigue dejando trabajadores en la calle, en sus plantas de San Nicolás, Valentín Alsina, y Campana.
La política económica del gobierno argentino es claramente contraria a la producción nacional y por ende a los intereses de los trabajadores, favoreciendo en cambio la especulación financiera y los negocios de sectores concentrados de la economía.
Algo muy parecido está sucediendo en Brasil, donde el gobierno de Michel Temer, surgido de un golpe parlamentario, acaba de avanzar en una reforma laboral basada en la flexibilización de los derechos de los trabajadores y una reforma provisional basada en el aumento de la edad jubilatoria.
A esto se le suma la enmienda constitucional que marcó el congelamiento del gasto social, principalmente en salud, cultura y educación, durante 20 años. Todo esto generó el viernes pasado la primera huelga general en 21 años. Brasil quedó paralizado por completo, y las manifestaciones de los trabajadores fueron reprimidas contundentemente por la policía, de una forma mucho más violenta que en Venezuela, aunque menos difundida por los medios hegemónicos.
En Francia hubo elecciones el domingo de la semana pasada, y pasaron al ballottage Emmanuel Macron y Marine Le Pen. El primero, liberal, ex banquero y ex ministro de Economía del “socialismo descafeinado”. Un pragmático que suele decir que él es de izquierda y también es de derecha. En realidad es de extremo centro, que siempre termina cayéndose para la derecha. La segunda, candidata del neofascista Frente Nacional. Justamente, esta semana Le Pen desafió a Macron al visitar una fábrica de electrodomésticos en la que sus trabajadores llevan adelante una huelga en defensa de los amenazados puestos de trabajo. Mientras Macron se reunía con los dirigentes sindicales, Le Pen lo hacía con los trabajadores, prometiéndoles contraponerse a las directrices de la Unión Europea y defender la producción nacional. Al mejor estilo Trump. De cualquier forma, uno de los temas más urticantes es el del fin de las 35 horas laborales por semana, una estrategia para que todos trabajen un poco menos pero no se pierdan empleos.
Así las cosas, este 1° de mayo será, más que nunca, una conmemoración cargada de sentido y de lucha, en un mundo absorbido por el capitalismo financiero, en el que las grandes ganancias ya ni siquiera son producto del producido por los trabajadores que va a parar a los bolsillos de los capitalistas. Ahora, las grandes ganancias se logran en la timba financiera del casino global. Como lo demuestra la política llevada adelante por Federico Sturzenegger en el Banco Central.
Por esto también, en todo el mundo, una nueva resignificación del concepto de trabajador se impone. Ya no hablamos sólo del obrero que está en la línea de producción. Hoy, trabajador también es el empresario Pyme, el pequeño comerciante, el estudiante y el profesional. Todos ellos tienen que tomar conciencia de que pertenecen a la clase trabajadora. Todos ellos este 1° de mayo se deberían sentir identificados en aquellos mártires de Chicago de 1886.
La grieta hoy no es del 49 contra el 51 por ciento. Ni en Argentina ni en ningún lugar del mundo. La verdadera grieta tiene en un costado a un 80 u 85 por ciento que vivimos honestamente de nuestro trabajo, y del otro costado a un 15 o 20 por ciento que vive de la especulación o de la explotación de los trabajadores.
Pero esto no es nuevo. Ya lo dijo uno de nuestros padres de la Patria, Manuel Belgrano, en 1813: “Existen en el mundo dos clases de seres humanos, los que disfrutan de los bienes y servicios de la tierra y los que sólo pueden trabajar para que los otros disfruten”. Es el Belgrano que nos ocultan, porque le tienen miedo. Ya nos hablaba de clases sociales 35 años antes que el Manifiesto Comunista de Carlos Marx. Y es más actual que nunca. No queda otra, hay que volver a Belgrano.