CUADERNOS DE UN VIAJADOR. CAPÍTULO 8: NAGORNO KARABAJ
NAGORNO KARABAJ
Mientras camino por las calles de Stepanakert, imagino verlo
frente a un gran mapa, en uno de sus palacios de Leningrado (hoy
San Petersburgo), como jugando a ser Dios. «Saco este pueblo de
aquí y lo pongo allá, corro un poco esta frontera para el norte,
mezclemos a éstos con aquéllos. Lo único que importa es el
marxismo y el socialismo en un solo país. Nada de eso que anda
pregonando León Trotsky de la revolución permanente y en todos
los países. Primero tiene que afianzarse en este gran imperio. Pero
para eso hay que terminar con los nacionalismos, con la
independencia de cada pueblo. ¿Y cómo hago? Lo mejor es
mezclarlos a todos, borrar sus identidades históricas, quitarle a éste
lo que tenía y darle otra cosa que no tenía. Hay que romper con ese
sentimiento burgués de la propiedad privada, incluso con las
naciones que consideran un territorio como propio. Y al que se
queje, lo borro del mapa de verdad».
Es el comisario del pueblo para las nacionalidades, Joseph
Stalin, quien en el invierno de 1921 ya está preparándose para su
destino: manejar la Unión Soviética durante 24 años con puño de
hierro.
Ahora es el verano de 2006. Miro las calles, las plazas de
Stepanakert, hablo con su gente y me vuelvo a acordar de Stalin:
¿en qué mente cabe poner un territorio armenio bajo administración
de los azeríes, que son turcos de raza y musulmanes de religión?
Sobre todo, a pocos años del primer genocidio del siglo XX,
perpetrado por los turcos contra los armenios en 1915.
Efectivamente, el 4 de julio de 1921, el plenario del Bureau
Caucásico de Rusia Soviética resolvió que Karabaj pertenecía a
Armenia, tal como se integró en 1920… Al día siguiente, el 5 de
julio de 1921, Stalin en una decisión personal, la divide de Armenia.
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¿De qué estamos hablando? De un enclave montañoso de
4.400 kilómetros cuadrados, la misma superficie que tiene la
Capital Federal o el departamento cordobés de Calamuchita. De
allí su nombre: Nagorno Karabaj, que significa El Alto Karabaj, o
El Montañoso Karabaj. Allí viven alrededor de 150 mil personas,
casi en su totalidad armenias.
Luego de una provocadora política oficial de
asentamiento de colonos azeríes en suelo karabají, en
1988 estallaron nuevos enfrentamientos en la propia
Stepanakert. Todo empeoró cuando el 15 de enero la
República Socialista Soviética de Armenia resolvió la
anexión de Karabaj, decisión impugnada por Azerbaiyán.
El 20 de febrero de ese mismo 1988, el Consejo Supremo
de Karabaj votó por unanimidad su anexión a Armenia,
basándose en un plebiscito realizado entre la población.
Ese día, el Polit Bureau del PC de la Unión Soviética emitió
un comunicado en el que decía: «Se niegan los derechos a
los reclamos y resoluciones de los armenios, a los que se
les acusa de revolucionarios, y a quienes se pondrá a
disposición de la Justicia soviética». Es paradójica la
acusación de «revolucionarios» contra los armenios
viniendo de dirigentes comunistas.
La represalia de los azeríes contra los armenios
fue sangrienta, sobre todo en Sumgaith, Bakú y Kantzá.
Arevik (que significa sol), es una chica hermosa de unos 28
años. Mientras me sirve el café y trae una miel riquísima para el
pan recién horneado, me cuenta que nació y vivió en Bakú hasta
ese fatídico 1988. Dice que la ciudad le gustaba, estaba a la orilla de
un mar que ella tuvo que cambiar por las montañas. En Bakú
había un barrio armenio en el que habían vivido con relativa calma
toda su vida, pero en los años ’80 empezó el derrumbe soviético y
el florecimiento del nacionalismo azerí con su consiguiente
consecuencia de discriminación hacia los armenios. En la escuela,
la nota máxima era un cinco, pero ella nunca la obtenía, por más
que sus exámenes estuvieran perfectos. Los compañeros
comenzaron a hacerle el vacío hasta que tuvo que cambiarse a
una escuela adonde iban cada vez más niños armenios. De esta
forma, natural y gradualmente se fueron formando verdaderos
ghettos dentro de Bakú y las demás ciudades de Azerbaiyán.
Finalmente, en 1988 comenzaron las matanzas de armenios por
parte del ejército azerí. «Nosotros conocíamos del Genocidio de 1915.
Nunca nos imaginamos que esos horrores podían repetirse, pero
eso fue un pequeño genocidio», continúa relatando Arevik. De
hecho, por más que las víctimas fueron un número impreciso que
ronda los 200, sí existió un plan premeditado de acabar con una
minoría, la acción encuadra en la figura de genocidio establecida
por las Naciones Unidas. «Fue horrible, nosotros alcanzamos a
escapar y nos vinimos para acá», cuenta Arevik, y no puede hablar
más por la emoción.
El 20 de enero de 1989, el Soviet Supremo de la URSS
establece una autoridad especial para Nagorno Karabaj,
bajo la directa supervisión del gobierno central.
Pero desafiando el poder de Moscú, en 1989 el Soviet
Supremo de Armenia declaró dicho enclave parte
integrante de Armenia. Ya la URSS estaba en franca
descomposición.
La guerra
En setiembre de 1989, por pedido de los azeríes,
Mikhail Gorvachov decidió que Karabaj debía volver a
ser parte integrante de Azerbaiyán. Y el 28 de noviembre,
el Soviet Supremo de la URSS disuelve la autoridad
especial para reemplazarla, a partir del 15 de enero de
1990, por la autoridad de Azerbaiyán.
La lucha continuó y se fue intensificando a medida
que se hacía también más pronunciada la caída del
régimen soviético.
El 11 de julio de 1991, Mikhail Gorvachov firmó un
decreto aboliendo el estado de emergencia en el distrito
de Shahumian y permitiendo que el Cuarto Ejército
Soviético se retirara, dejando en el lugar todo tipo de
armas y pertrechos para las fuerzas azeríes Omon, luego
Opon, una fuerza de «boinas negras» inspirada en las OAS
francesas y las SS nazis.
Tres días después de la ida de los soldados rusos,
el 14 de julio de 1991, comenzaron los ataques de las Omon
contra la población civil, la destrucción de aldeas enteras
y la deportación en masa de civiles hacia Armenia.
Desde el punto de vista de la ONU, el derecho de
autodeterminación de los pueblos está consagrado en la
Carta de los Derechos del Hombre de 1948 y los karabajíes
pedían que se los consultase sobre qué querían ser y con
quién vivir.
Finalmente, el 2 de setiembre de 1991, Nagorno
Karabaj se declaró como Estado independiente, incluso
antes que Armenia, que lo hizo el 23 de ese mismo mes.
La lucha se profundizó y los ataques azeríes contra
la población civil de Karabaj fueron cada vez más
encarnizados. Los boinas negras les hacían cruces en la
piel para identificarlos como cristianos, y eran comunes
las torturas, violaciones y asesinatos. Muchos
terminaron viviendo en ghettos o en sótanos durante
meses, sin salir y ni siquiera ver la luz. Cuando un edificio
era alcanzado por los misiles azeríes, los habitantes
colgaban una cortina. Por dos motivos: para avisar que
estaban vivos, por un lado, y como instinto de superación
(que el aspecto no fuera tan deprimente), por el otro.
En mayo de 1994 se estableció un cese del fuego,
precario, que ha sido violado en distintas oportunidades.
Pero la paz nunca fue firmada y la república de Nagorno
Karabaj no tiene ningún tipo de relación con Azerbaiyán.
La de Nagorno Karabaj es una causa nacional para todos los
armenios.
Es un sábado más en Yereván. Agosto de 2006. En el
cementerio de Ierapelur, varias mujeres vestidas de negro limpian
las lápidas y riegan las flores. El calor sofoca pero ellas se esfuerzan
para que todo esté impecable. Las tumbas cuentan en pocas líneas
la historia de cada uno de los fedaíes (voluntarios) que fueron a
pelear por Nagorno Karabaj. Por Armenia. Es irresistible la tentación
de hacer cuentas, 1967-1993, 1969-1992, 1966- 1991. Son las fechas
que marcan los extremos de una vida. Ninguna superior a los 26,
23, 25 años. Los dibujos sobre el mármol los muestran como
hombres duros de ojos oscuros y mirada decidida, pero seguramente
habrán sido unos muchachos románticos, soñadores, como
cualquier muchacho de veintipico, con toda la vida y el mundo por
delante.
Varios de los chicos scouts llegados de Córdoba hablan bien
el armenio. Entre ellos están Fernando y Agustín, quienes ayudan
en la traducción. Nos ponemos a conversar con Arminé, madre de
Raffi Simonian, muerto en Nagorno Karabaj a los 36 años dejando
un hijo de 6 que ahora tiene 18 años. Ella nos cuenta que su mayor
preocupación es transmitirle a su nieto los valores por los que murió
su papá. En la batalla, Raffi casi queda ciego. Volvió a Yereván,
viajó a Francia y se hizo curar. Pero cuando estuvo recuperado
volvió a Karabaj y se quedó allí, o mejor dicho volvió pero como
mártir. «Cuando se fue, él y yo sabíamos que no volvería. Por
supuesto que sentí mucho dolor, pero cuando se trata de defender
a la Patria, no hay vida que valga. Mire, cuando no queden más
soldados en Armenia, las madres nos convertiremos en soldados».
Nosotros nos reconocemos libres
En 1988 surgió el movimiento que desembocó en la
independencia de facto de Nagorno Karabaj de Azerbaiyán. Esa
fuerza luego permaneció con el nombre de Movimiento 88 y siguió
luchando por la libertad. Hoy, su líder es Eduard Aghabegian,
intendente de la ciudad de Stepanakert. En un bar de la capital,
con un vino típico de la región, se enorgullece de todo lo que ha
podido hacer por su ciudad: «Dígame la verdad, ¿no es cierto que si
no lo hubiera leído o no se lo hubieran contado, no se daría cuenta
que aquí hubo una guerra hace pocos años? Me han dicho que la
ciudad es tan bonita y limpia que no tiene nada que envidiarles a
Amsterdam o París».
-¿Valió la pena tanto sufrimiento?
-Creo que sí, la libertad no tiene precio y vale la pena cualquier
sufrimiento por conseguirla. Hoy vivimos en libertad, y es una
verdadera libertad en todo sentido, porque cuando hablo de libertad
hablo de la libertad de la gente. ¿Para qué quiero yo liberar mi
tierra si no puedo compartir luego esa libertad con mi gente?
-El próximo paso sería que el mundo empiece a
respetar y a reconocer esa libertad…
-Sí, pero no nos hacemos tanto problema, eso ya llegará a su
debido momento. Por supuesto que nos ocupamos del tema y
trabajamos para conseguirlo, porque nos parece importante. Pero
es más importante que nosotros mismos nos reconozcamos. Si el
mundo no nos reconoce, nosotros sí nos reconocemos libres.
-¿Se sienten acompañados por la República de
Armenia?
-Sí, claro, Armenia siempre está con nosotros y
estratégicamente es importantísimo porque a partir de esa relación
lograremos finalmente captar la atención del resto de la comunidad
internacional. Fíjese usted que cuando un bebé nace, llora, al inicio
sólo lo escucha y le presta atención su madre. Luego, si llora más
fuerte, comienzan a prestarle atención las demás personas.
Por el derecho a la autodeterminación
Es lunes a la mañana. El espíritu pueblerino de Stepanakert
empieza a desperezarse y se ve algo de gente que comienza a salir
a las calles: mujeres con sus bolsas para ir al mercado, hombres
que van hacia el trabajo o a hacer alguna changa.
Llegamos al Ministerio de Relaciones Exteriores junto a su
titular, Gyorgi Petrosyan, y entramos subiendo las escaleras de una
austera residencia, un poco despintada.
«Soy miembro de la Federación Revolucionaria Armenia
(FRA) pero en este momento no estoy militando porque formo
parte del Consejo de Gobierno y del Consejo de Seguridad Nacional»,
dice mientras él mismo nos sirve un café armenio a Hovik y a mí.
-Usted tiene a cargo una de las principales tareas
políticas de este país: buscar su reconocimiento internacional.
-Sí, ésa es la principal tarea. Estamos en un proceso que tiene
sus raíces en la idea de la libertad. Tenemos que continuar la lucha
para recibir al final el reconocimiento a nuestra independencia como
república. En nuestra historia moderna venimos reclamando desde
el año 1941 un referendum por la independencia. Tuvimos que
conseguir nuestra libertad por nosotros mismos y organizarnos
como Estado durante la guerra.
-¿Cómo los afecta la falta de reconocimiento por parte
de la comunidad internacional?
-En un seminario de política internacional en Estados Unidos,
alguien dijo que Karabaj no podría aspirar a la independencia
porque no existe. Cualquiera puede cerrar sus ojos y decir que no
existimos, pero eso no quiere decir que sea verdad. La Unión
Soviética estuvo 23 años sin reconocimiento internacional, y sin
embargo existía.
-¿Por qué cree que Azerbaiyán sigue queriendo
mantener su dominación sobre Karabaj?
-Creo que principalmente es un problema de ambiciones y
egoísmo. Nosotros siempre tenemos en cuenta nuestros derechos,
los derechos del pueblo, de los hombres de carne y hueso. En
cambio, Azerbaiyán sólo habla de tierras y nunca de personas. Es
solamente un afán expansionista.
-¿La estrategia del gobierno de Nagorno Karabaj
coincide totalmente con la de la República de Armenia?
-Existen algunas diferencias con la República de Armenia en
las estrategias políticas. Por ejemplo, ellos tienen relaciones con
Azerbaiyán y nosotros no. Pero en definitiva eso nos viene bien. El
pueblo de Karabaj ha organizado su poder político legalmente y
tenemos derecho a coincidir o no con Armenia.
-Se nota en el aire el peligro permanente de nuevas
guerras. ¿Cómo se puede vivir así?
-No queremos más guerra, pero si quieres tener paz, tienes
que prepararte para la guerra. Hemos pagado muy caro por la
paz, y estamos dispuestos a seguir pagando el precio, porque
tenemos derecho a una vida en paz y a desarrollar el país.
-También se ve una gran determinación para la lucha.
-Nuestra lucha tiene varios objetivos: el reconocimiento del
Genocidio Armenio y el reconocimiento de los derechos de
autodeterminación del pueblo de Karabaj.
-¿Prevé una nueva guerra en el futuro cercano?
-En este mundo, en general es muy difícil predecir qué va a
pasar mañana. Todo es posible, y generalmente las guerras
empiezan de a poco y sin declararse. Nosotros estamos preparados
para defender nuestra independencia.
Preparados y alertas
En Stepanakert todo es cerca. Desde el Ministerio de
Relaciones Exteriores atravesamos el centro y llegamos a la sede
de la FRA.
Luego de una considerable espera, nos atiende Artur Mosiyan,
miembro del Concejo de la FRA de Nagorno Karabaj. «Soy militante
del Takhnatzutiun desde 1992», nos cuenta mientras enciende su
primer cigarrillo.
-Imagino que el principal trabajo y problema es el
reconocimiento internacional de Karabaj…
-Es verdad, el problema del reconocimiento de Karabaj por
parte de la comunidad internacional es lo más importante. Es
encarado principalmente por el gobierno, pero nuestro partido hace
todo lo que puede para ayudar porque es un problema de todos.
-¿Por qué Armenia no reconoce a Karabaj?
-Armenia puede reconocer a Karabaj cuando quiera, porque
Karabaj es parte de Armenia. Todo esto forma parte de una
estrategia general.
-¿Esa estrategia general prevé la anexión de Nagorno
Karabaj a la República de Armenia en algún momento?
-La independencia de Karabaj es sólo una etapa previa a la
unión con Armenia, porque es el mismo pueblo, la misma nación.
-El petróleo en Azerbaiyán, ¿es bueno o malo para el
conflicto?
-Puede tener aristas buenas y malas. Lo malo es que el
petróleo va a dar muchísimo dinero a Azerbaiyán, y de esa manera
va a tener más armamento militar y va a ser más amenazante
para nosotros. Pero por otro lado es verdad que Estados Unidos,
Rusia y la Unión Europea tienen intereses creados en el petróleo
de Azerbaiyán y por lo tanto, no les conviene un conflicto bélico
que ponga en peligro esa explotación.
-¿Puede haber una nueva guerra?
-Nosotros no queremos una guerra, por supuesto, pero no
podemos descartarla. Si no quieres una guerra mañana, tienes que
prepararte hoy.
-¿Usted luchó en la guerra?
-Casi todos en Karabaj peleamos en la guerra. Yo combatí
en Martuni, mi ciudad natal. Es imposible borrar los recuerdos. En
Karabaj existen dos ejércitos, uno oficial y otro popular, formado
por todos los hombres de Karabaj. Éste es el más fuerte y en cualquier
momento los dos pueden unirse para defender nuestro territorio si
hace falta.
Tanto Fedor Dostoievsky en varios de sus libros cuanto
Mikhail Lermontov en su poema romántico El demonio, dan
cuenta de las bondades y la belleza de los caballos de Nagorno
Karabaj.
Mientras volvemos hacia Yereván por el paso de Lechín, en
una ruta construida con los aportes de la diáspora armenia de
Argentina, veo tanques y cañones a los costados, como centinelas
del tiempo y de la guerra. Más allá, en las montañas, diviso una
tropilla de caballos, de ésos que seguramente habrán inspirado a
Dostoievsky.
Lamentablemente, a un siglo y medio de distancia de aquellas
glorias de la literatura rusa, este enclave montañoso del Cáucaso
se conoce más por sus heridas y sufrimientos.
Dicen que arrancar por la fuerza a un pueblo de su tierra es
sembrar odio y guerra para los siglos venideros. Hoy, aquí, está
floreciendo la mala semilla que plantó Stalin.