Bañarse y cambiarse en cuarentena. ¿Para qué?
¿Qué nos distingue como especie del resto de los animales?
Algunos dirán la posibilidad de tener un dedo pulgar retráctil.
Otros dirán que es la capacidad del lenguaje para comunicarnos.
Otros dirán la inteligencia, producto de un cerebro más desarrollado.
Otros dirán el alma, el espíritu.
Otros, la capacidad de hacer arte.
Una de las tantas cosas que nos diferencian del resto de la naturaleza es la capacidad de decidir, o más aún, de consentir o no consentir. Porque a veces ni siquiera podemos decidir, pero siempre nos queda la capacidad de consentir o no. Eso nos hace humanos.
En experiencias de encierros prolongados, a veces lo último que queda es eso, la capacidad de consentir o no, frente al castigo, al encierro y al carcelero, al torturador o al verdugo, dependiendo del caso. Muchas veces, el objetivo del encierro es la deshumanización de la víctima, o del condenado.
Este encierro que estamos viviendo en gran parte de la humanidad es totalmente distinto, porque no es un castigo ni es para destruirnos, sino justamente para salvarnos. Históricamente el castigo (justo o injusto) por excelencia es la reclusión. Esta vez es distinto, esta reclusión es una medida para preservarnos. En las cárceles o en los campos de concentración, más allá de las situaciones objetivas, el castigo subjetivo es pensar que allá afuera la vida continúa normalmente. En esta reclusión no es así, porque allá afuera no hay nada, y todos estamos en la misma situación.
Sin embargo, más allá de las diferencias, hay algunos puntos en común. Y uno de esos puntos es el cuidado de uno mismo, incluso en el aseo y la ropa, aunque sea un tema que últimamente ha dado mucho para el chiste, el meme y la frivolización.
Es que en situaciones de encierro, anormales, antinaturales para una especie que es eminentemente sociable, también está en juego preservar nuestro carácter de ser humano. Y todos los puntos marcados arriba deberían ser importantes: mantener ejercitado el pulgar retráctil, y no sólo con el control remoto de la tele; usar el lenguaje para seguir comunicándonos, con los que están en casa y, si se pasa la cuarentena en soledad, con otros vía teléfono pero hablando y no sólo replicando los whatsapp que recibimos; haciendo o consumiendo algo de arte; y ejercitando la inteligencia y el espíritu para que no se nos llenen de telas de araña.
Pero también, utilizando nuestra capacidad de dar o no dar consentimiento.
Primo Levi fue un judío italiano que estuvo recluido en Auschwitz. Es interesante una anécdota que él cuenta: “Con el torso desnudo, mi amigo Steinluf se lava cada mañana con agua helada y sucia, resfregándose el cuello y la espalda con escaso resultado (no tiene jabón) pero con extrema energía.
Steinlauf me ve y me saluda, y sin ambages me pregunta con severidad por qué no me lavo.
¿Por qué voy a lavarme? ¿Voy a estar mejor de lo que estoy? […] ¿No sabe Steinlauf que después de media hora cargando bolsas de carbón habrá desaparecido cualquier diferencia entre él y yo? Cuanto más lo pienso más me parece que lavarse la cara en nuestra situación es un acto insulso, y hasta frívolo: una costumbre mecánica, o peor, una lúgubre repetición de un rito extinguido. Además, requiere demasiado gasto de energía[…]
Pero Steinlauf […] me da una lección que no he olvidado: que precisamente porque el Lager es una gran máquina para convertirnos en animales, nosotros no debemos convertirnos en animales; que aun en este sitio se puede sobrevivir […]. Que somos esclavos, sin ningún derecho, expuestos a cualquier ataque, destinados a una muerte segura, pero que nos ha quedado una facultad y debemos defenderla con todo nuestro vigor porque es la última: la facultad de negar nuestro consentimiento […] para seguir vivos, para no empezar a morir antes de tiempo”.
Estamos en una situación absolutamente distinta, no me cansaré de repetirlo para evitar discusiones absurdas. Sin embargo, también hoy alguien podría decir: “¿Por qué voy a lavarme? ¿Voy a estar mejor de lo que estoy?” No sé, cada uno y cada una es distinta, pero que sea tu decisión, usá tu capacidad para consentir o no consentir. Si decidís no bañarte y no cambiarte, que sea tu decisión y no el arrastre de una situación que te trasciende. No te abandones. Si siempre te lavaste y te cambiaste la ropa, no por estar solo o con tus seres más cercanos, vas a dejar de hacerlo. Al contrario, la dignidad no es para mostrar a los demás, es algo personal, es lo que te hace ser humano.