Mariano Saravia
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Especialista en Política Internacional

La marcha de la bronca y la hipocresía

agosto  2017 / 30 Comentarios desactivados en La marcha de la bronca y la hipocresía

La manifestación del último sábado en Barcelona bajo el lema “No tengo miedo” dejó varias aristas para analizar.

Hubo miles de personas marchando contra el terrorismo, junto con las autoridades municipales, regionales y nacionales. Estuvieron el rey Felipe VI, el presidente del gobierno español Mariano Rajoy, el presidente de la Generalitat (el gobierno de la Comunidad Autónoma de Cataluña), Carles Puidjemont y la alcaldesa Ada Colau.

No todos fueron tratados de la misma manera por los ciudadanos.

Pero vamos por partes.

Aunque los manifestantes marcharan bajo el lema “No tengo miedo”, los catalanes hoy viven con miedo, como casi todos los europeos. Tienen miedo cuando van a buscar a sus hijos a la escuela, cuando van a tomar el tren o el subte a una estación, cuando van a una iglesia, hasta cuando caminan por la calle, porque es cada vez más fácil cometer un atentado terrorista, basta un auto o un cuchillo de cocina.

Y no es culpa de la víctima tener miedo, cualquiera de nosotros lo tendría. Y ahí está la clave de todo, porque el miedo es la principal arma de los terroristas, y el miedo es un proyecto político de una clase política que está al servicio de la dictadura financiera y económica mundial.

Siempre que hubo crisis aparecieron los proyectos basados en el miedo, en la desconfianza hacia el otro, en el odio. Luego de la crisis del ’29 surgió el nazi fascismo y en la actualidad hay un proyecto que busca exacerbar el miedo de los ciudadanos. Por un lado para buscar un chivo expiatorio del desastre que ellos mismos están causando, por otro lado para desviar la rebeldía que pudiera surgir entre el pueblo, y de paso para restringir las libertades de esos propios ciudadanos. Además de seguir haciendo negocios multimillonarios con armas para un lado y para otro.

Enancados en el proyecto del miedo y la desconfianza hacia el otro, surge el odio como elemento común, y esta semana se ha desatado en España una ola de xenofobia e islamofobia. Ataques de grupos neonazis a mezquitas y a musulmanes se suceden a diario, aunque no ocupen grandes titulares en los medios hegemónicos.

Y de forma más sútil, los propios medios hegemónicos, encabezados por El País, El Mundo y el ABC, han desplegado una estrategia comunicacional para demonizar al Islam a partir de una interminable novela sobre el imán de Ripoll que aleccionó y les lavó la cabeza a los pibes que componían la célula terrorista de Barcelona.

Así, estamos asistiendo desde lejos, desde el otro lado del mar, a un espectáculo patético: la vuelta de una guerra santa de siglos, la del Cristianismo contra el Islam. Porque a veces escuchamos gente que repite como loro que el conflicto entre musulmanes y judíos es milenario, cuando en realidad tiene menos de un siglo, ya que se inició con la creación del Estado de Israel y la limpieza étnica de los palestinos, propiciada por Occidente. Históricamente, judíos y musulmanes no tuvieron grandes problemas. Los grandes problemas siempre fueron entre cristianos y musulmanes, desde las Cruzadas hasta la Reconquista de Al Andaluz en España.

Pero hay otra falacia central. Y es que nos quieren vender una guerra santa o un conflictos religiosos donde lo que hay es meramente intereses políticos y económicos, y las religiones siempre son usadas como excusa.

En realidad, el islamismo radical y el terrorismo islámico es algo que ha sido potenciado por Occidente con intereses políticos. Hagamos un repaso rápido.

En la década del ’80, en plena Guerra Fría, Estados Unidos a través de la CIA adiestró a Osama Bin Laden y a otros terroristas para luchar contra los socialistas y laicos que habían tomado el poder en Afganistán y que tenían la ayuda de la Unión Soviética. De ahí surgió Al Qaeda, que luego se le volvió en contra a Occidente.

En los ’90, ya sin la amenaza comunista, el Imperio necesitaba urgentemente un caso bélico para darle de comer a su complejo militar industrial. Y apareció como caído del cielo Saddam Hussein, que antes había sido su aliado en la guerra contra la Revolución Islámica de Irán. En 1991 Irak invadió Kuwait y Estados Unidos aprovechó para lanzar la operación Tormenta del Desierto.

En los 2000 vino la Segunda Guerra del Golfo y terminaron de destruir uno de los países más estables (y laicos) de la región, generando un vacío de poder que fue el caldo de cultivo para la irrupción, años después del Estado Islámico.

De hecho, ya a inicios de esta década, Hillary Clinton, como jefa de la diplomacia del Imperio, durante el mandato de Barack Obama, fue quien impulsó al Estado Islámico como herramienta para derrocar a Bachar Al Assad, gobernante de Siria, otro de los pocos Estados laicos, estables y tolerantes de Medio Oriente.

Occidente además, usó siempre y sigue usando en la región a sus Estados vasallos: Arabia Saudita y Qatar.

Por eso, ayer en la manifestación de Barcelona, muchos catalanes le enrostraron a Rajoy y a Felipe las relaciones políticas y económicas con Arabia Saudita. En los últimos meses, España le vendió al reino saudí más de 8 mil toneladas de armas, y se transformó en el tercer abastecedor de armas de un país que según todos los informes, es el principal sostenedor del terrorismo salafista. Lo dice hasta la mismísima Hillary Clinton, para quitarse las culpas de encima.

Y en este chiquero de hipocresía y mentiras, ni siguiera el Barcelona Fútbol Club se salva, porque hasta hace pocos días el sponsor de su camiseta era Qatar Airwais, la empresa de aviación del otro Estado que patrocina a los terroristas que hace menos de dos semanas sembraron la muerte y el terror en la Rambla de Barcelona.

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